Pájaros en la cabeza


“Miquel Trepat –director del Zoo de Barcelona- no lo sabe pero muchas veces cuando me habla yo estoy escuchando a los pájaros”. Es una de las intimidades del biólogo Josep Garcia que ayer se desvelaron durante la presentación de Els ocells silvestres del Zoo de Barcelona, firmado por el propio Josep y con el que la Fundació Zoo de Barcelona inaugura una biblioteca propia.


La confesión hizo reír al auditorio y al propio Miquel Trepat, quien confió en Josep para inaugurar la biblioteca precisamente por eso, por la obsesión que tiene este naturalista vocacional con la detección y el cuidado de los animales. Els ocells... ha sido elaborado con la colaboración de varios compañeros de Josep, que han aportado observaciones realizadas entre 1989 y 2010. El resultado permite saber, por ejemplo, que en la Diagonal puede escucharse durante todo el año a al menos quince especies de pájaros e indica, entre otras muchas cosas, las fechas más convenientes para visitar el Zoo si se quieren tener posibilidades de ver, digamos, a un martín pescador.
Después de leer este libro ilustrado con fotografías y dibujos impecables, vas a saber que la urraca, ahora tan común en nuestros cielos, no nidificó por primera vez en el parque hasta 1989 y que si bien el ruiseñor atraviesa problemas para mantenerse en la ciudad, el caso es que aún se encuentra en ella. 
Estorninos, cigüeñas, cacatúas, cotorras, periquitos, gavilanes, loros, patos, buitrones, currucas, lavanderas, zorzales... Josep Garcia pertenece a esa especie de apasionados que ven y escucha donde los demás no solemos. Ayer, en la presentación le definieron como un freakie de lo suyo, y completaron la definición describiendo a alguien entregado, tozudo, minucioso y excepcionalmente dotado para lo que hace. Cuando le tocó hablar, demostró que era cierto, contagiando sus ganas y deseos de saber.
Josep me ayudó mucho a preparar mi viaje por la Gran Barrera de Coral australiana, ya entonces me habló de pájaros, y hablando de ellos aparece en el libro resultante de aquel viaje. También me ha enseñado a anillar especies para su posterior seguimiento, y para acceder a sus nidos debimos cruzar pantanos lodosos en los que resultaba un suplicio avanzar. Es un naturalista purasangre que ahora, además, forma parte de un proyecto por la conservación de los leopardos en Irán, siendo quizás la única persona sobre la tierra –como mínimo no le consta que ningún iraní lo haya hecho- que ha recorrido todos los parques nacionales de aquel país. Ese tipo de hitos poco divulgados pero impresionantes, sobre todo porque están impulsados por el deseo de conocer más puro.
Que hoy sea Josep quien pone esa primera “piedra” a un proyecto del Zoo que apuesta por hacernos más sabios, me alegra y me emociona.
Muchas felicidades, Josep. Espero que nuestras charlas sigan siempre acompañadas por un buen número de pájaros.



Una mañana radiante de James Frey




Una mañana radiante (Mondadori) de James Frey es uno de esos escasos libros capaces de ir detonando ideas, una tras otra, mientras avanzas en él. Se publicó en España en 2009 así que lo he leído ya lejos del globo promocional y sin más motivo que el haber ido descartando otras lecturas que empezaba y, después de unas cuantas páginas poco convincentes, cerraba enfadado o aburrido o desilusionado o planteándome el sentido de escribir literatura.
De James Frey sabía que firmó una polémica autobiografía donde al parecer falseó algún episodio decisivo. También había curioseado algo en el personaje, desde luego que mucho más que en la obra, y me atreví con este libro quizá por ver cómo resolvía el abordaje de una ciudad como Los Ángeles. Mezclar historias de ficción con datos estadísticos e historias internas de la ciudad protagonista es algo con lo que yo mismo estoy trabajando –pronto lo veréis en En la Barrera (Altaïr)- así que la idea, de entrada, me enganchó.
Escribir sobre lugares es mucho más complejo de lo que bastantes creen. Me di cuenta al coordinar colecciones literarias “de viajes” en las que estupendos escritores de novelas y relatos ofrecían narraciones carentes de, como mínimo, la chispa que caracterizaba el resto de su obra. A partir de ahí comencé a apreciar aún más los libros que lograban aprehender la esencia de los lugares... a través de las personas, por supuesto... pero la esencia de los lugares.
Para mí, una clave al sentarte a escribir es la estructura y el punto de vista, que de algún modo deberían ayudar a entender mejor el sitio que vas a explicar. ¿Qué forma tiene esta ciudad? ¿Qué ofrece? ¿Cómo voy a enfocar ese magma? La fórmula que encuentra Frey se presume muy adecuada a Los Ángeles, por ejemplo. Mezcla la Historia de la gestación y encumbramiento de la ciudad con las tramas particulares de sus protagonistas, además de suministrar avalanchas de información y fragmentos ensayísticos o incluso entrevistas que encajan naturalmente en el retrato que levanta. La puntuación corta refuerza la frialdad de una exposición que a fin de cuentas no necesita adjetivos porque los datos y los hechos se bastan para crear la atmósfera entre apabullantemente opresiva y, de vez en cuando, solo de vez en cuando, algo esperanzadora. Frey te hace sentir el peso de la ciudad. Su carácter. Sales de la novela percibiendo que ahora sabes algo un poco más verdadero de Los Ángeles, y que te lo han contado de una de las mejores maneras que te lo podían contar. También sales con la sensación de haber vivido una experiencia distinta, de haber aprendido algo, y de que el autor está impulsado por una libertad y sabiduría que probablemente se desprenda de esa misma metrópolis.
En literatura no es común la impresión de haber enfrentado una obra de arte con al menos un toque vanguardista, y que funcione. Este es un coto reservado a pocos. Por lo tanto, dar con una obra así puede provocar alegría genuina, que es la que yo he sentido. Aún más cuando, dentro del único apartado en el que la obra viene más o menos a explicarse a sí misma (de manera camuflada), Frey expone ideas tan cristalinas como agresivas que, compartas o no, te hacen pensar:


“Crítico: Cuando llegó aquí a principios de los sesenta, Los Ángeles era un páramo cultural. ¿Qué le hizo trasladarse aquí?
Artista: Quería aprender a hacer surf y quería vivir cerca de la playa y mirar las chicas con biquini cada día.
Crítico: ¿En serio?
Artista: Había algo de eso. Pero también había algo de la cultura de Los Ángeles y el lugar que ocupa Los Ángeles dentro de nuestra cultura. Llamar a Los Ángeles, entonces o ahora, páramo cultural, es, en mi opinión, una gran catetada. Los Ángeles es la capital mundial de la cultura. Ninguna otra ciudad está cerca siquiera de serlo. Cuando digo cultura me refiero a la cultura contemporánea, no lo que importaba cincuenta, cien o ciento cincuenta años atrás. La cultura contemporánea es la música popular, la televisión, el cine, el arte, los libros. Las demás disciplinas, como la danza, la música clásica, la poesía o el teatro, no tienen un peso real, su público es reducido y tienen más de rareza cultural que de institución cultural. Cada noche ven la televisión más personas que las que asisten a todos los espectáculos de danza de todas las ciudades del mundo en un año. Se han vendido más compacts discs de rap y rock este año que de música clásica en los pasados veinte años. Y el cine, joder, el cine es asombroso. Apostaría a que la película más taquillera de este año ha recaudado más que todos los espectáculos de Broadway juntos, probablemente dos o tres veces más. Y lo único que rivaliza con la influencia que tiene el cine en nuestra cultura, y en la cultura del mundo, es la televisión y la música popular. Y todo ello, toda esa producción, todo ese ocio, toda esa cultura, viene de aquí. Yo no quería ser parte de Nueva York. No quería ser parte de un mundo artístico preexistente y estanco que no sabe que está desfasado. Quería ir al Nuevo Mundo, y me pareció que era este, porque llegará el momento en el que el arte y la literatura, que todavía están en Nueva York, seguirán al resto de nuestra cultura y vendrán aquí. Quería formar parte de la primera oleada de lo nuevo, ser parte de algo novedoso en lugar de algo que se estaba pudriendo, ir al lugar donde los demás tarde o temprano irían.
Crítico: ¿Y de verdad cree que eso es lo que va a pasar?
Artista: Ya está pasando. Ya nadie puede vivir en Nueva York porque es demasiado caro, de modo que vienen a vivir aquí donde todo sigue siendo relativamente más barato. Y el mundo de las galerías de Nueva York es demasiado cerrado. Se pagan enormes sumas por alquilar esos espacios gigantescos y se necesitan enormes sumas para mantenerlos abiertos. Eso obliga a exponer lo que se sabe que se venderá de forma inmediata, lo que desalienta la producción de obra nueva de calidad, porque solo se abren nuevos terrenos artísticos asumiendo riesgos y las galerías no pueden permitírselo. Si lo hacen y no se venden, que suele ser el caso de los jóvenes artistas que producen obra nueva, las galerías tienen que cerrar. Aquí en cambio corren riesgos y exponen obra por la que nadie más quiere apostar. Eso también atrae a los artistas, porque saben que aquí podrán exponer. Al final, por esta misma razón, porque la obra más novedosa se está produciendo y exponiendo aquí, todo acabará trasladándose aquí. Y la economía de la ciudad lo apoyará. Aquí hay un montón de capullos ricos que están dispuestos a invertir en arte. Los grandes coleccionistas acabarán abriéndose paso hasta nuestros museos, que rivalizarán con los de Nueva York, París, Roma o Madrid.
Crítico: ¿Cuánto cree que tardará en ocurrir?
Artista: Podrían ser diez, veinte, treinta años. Podría ocurrir de la mañana a la noche si los terroristas arrasan Nueva York. Pero pasará. Es inevitable.
Crítico: ¿Y dónde estará usted?
Artista: Podría estar aquí en este porche. O sentado en la barra de un bar. O bajo tierra. No lo sé.
Crítico: ¿Y su legado?
Artista: Fui el primero en llegar. Y vi venir todo”.


Otra razón por la que quizás haya decidido compartir este pasaje con vosotros es mi hartazgo de que, visto el derrumbe editorial, las voces que me aconsejan abandonar la literatura de viajes se estén multiplicando. Un argumento recurrente es: ¿A quién le interesa lo que escriba un autor español sobre China o Mozambique? Podría pensar que es verdad. Que si fuera inglés o estadounidense o francés o alemán y blablablá... También podría pensar que “El Centro del Mundo” continúa siendo Nueva York. O que el mundo que tenemos es el que es y por mucho que un puñado se manifieste o trabajen con cuidado de manera silenciosa, nada fundamental cambiará. Pero ocurre que no lo pienso. Que creo que hay cosas que suceden en lugares donde aún pocos están mirando, y que desde ahí llegará una canción diferente que muchos, cada vez más, decidirán entonar. 

César Manrique está aquí



Mientras ultimo En la Barrera, el libro que en breve publicará Altaïr, el nombre de César Manrique ha vuelto a la actualidad. Debo tanto a ese artista que incluso me lo llevé de viaje por la Gran Barrera de Coral australiana de modo que en breve volverá a hablar desde algunas páginas que escribí allí.
De momento, ahí va un pequeño homenaje a un auténtico maestro. Son palabras que dijo él:

“La consciencia del milagro de la vida y su brevedad me han hecho ver claramente que el sentimiento trágico de nuestra existencia nos empobrece”.

“Cuando un ser no es capaz de amar, de realizarse creativamente, está en manos de la destrucción”.

“El comprender la belleza y el saber de su armonía es la clave del secreto universal. Ella nos eleva a los estratos superiores y nos impone la atención hacia el desarrollo de la energía de la vida, las plumas de las simples aves, la increíble finura del ala de una mosca, el complicado mecanismo de un ojo, la concisa estructura de las fibras de una hoja seca”.

“He sido un hombre y feliz: no hay destino más hermoso; y, desde luego, no me preocupa que los haya más literarios”.

“¿Cuándo será consciente el hombre de su torpeza suicida, rentable pero mortal?”.

“Creo que hay que potenciar urgentemente las características de cada lugar del planeta, si no, tendremos en el futuro próximo una cultura estándar aburrida y sin posible fantasía de creatividad”.

“En el sistema orgánico de la naturaleza, en su potente razón oculta, he encontrado la verdad más trascendente”.

“En esta trepidante y vital energía del cosmos está contenido un insuperable espíritu matemático, orgánica simetría, conceptos extraordinarios del diseño, precisión absoluta y obstinada diversidad de belleza, despilfarro total de millones de facetas esteticistas, y una gigantesca inteligencia creadora, capaz de abarcar toda capacidad de vuelo, de estatismo, de movimiento, de complicadas pero perfecta máquinas capaces de toda posibilidad de programación”.

“Lo único que intento lograr es asociarme con la naturaleza, para que ella me ayude a mí y yo ayudarla a ella”. 

Pronto, más en En la Barrera