La bibliotecaria de Auschwitz de Antonio Iturbe


La bibliotecaria de Auschwitz, Toni Iturbe, Planeta, 479 pág.


Pocas personas habrá en este país que dediquen tantas horas de su vida a pensar en libros como Toni Iturbe. A pensarlos de todo tipo, desde cualquier perspectiva. Después de dieciséis años en la revista Qué Leer, conoce los intríngulis que rodean a la industria editorial con tanta proximidad que fácilmente podía haberse desencantado de la literatura y alrededores: ver el esqueleto y los tendones y las vísceras de lo que al fin y al cabo es un negocio tiene estas cosas.
Sin embargo, su recorrido ha sido el inverso: el conocimiento le ha llevado a buscar un reducto de pureza genuina en el acto de leer, quizás como un gesto que él mismo necesitaba para recordarse cómo fueron las cosas en los orígenes, cuando aún muy joven halló en los libros una fuerza que a fin de cuentas ha determinado su vida.
El caso es que un día, leyendo a otro adicto -Alberto Manuel-, Iturbe supo que en el campo de concentración de Auschwitz había existido una biblioteca clandestina que suministraba lecturas -y con ellas distracción, fantasía y esperanza- a un puñado de presos. También supo que de ella se había encargado una mujer, o una chica, e impulsado por la idea de encontrarla viajó a Auschwitz desconociendo si aún vivía. La realidad es así de impulsiva y estupenda, sobre todo cuando las obsesiones anidan en espíritus como el de Iturbe, capaces de actuar.
Iturbe alcanzó respuestas que aquí no se van a desentrañar porque están reunidas en un libro, La bibliotecaria de Auschwitz (Planeta), de ésos que dan sentido a una biografía. Aquí se narra la peripecia de la jovencísima Dita en el Bloque 31 de Auschwitz, una especie de reducto-pantalla donde los nazis permitieron la convivencia de padres con sus hijos prisioneros para ofrecer una imagen pulcra a las comisiones de derechos humanos que supervisaban los campos de concentración. 
Pese a todo, los libros estaban prohibidos y leerlos podía suponer la muerte. Pero Dita mantuvo siempre bien ocultos desde El maravilloso viaje de Nils Holgersson a las teorías de Freud, las picardías del soldado Svejk o las ficciones de H.G.Wells, aportando un oxígeno de otro tipo pero igual de necesario a los presos.
La investigación de Iturbe permite acercarse a un Mengele que amenaza a la propia Dita, logrando recrear la opresión o el miedo inherente a la vida en los barracones pero también los liberadores instantes en los que la lectura transportaba a cualquier lugar mejor.
La cotidianeidad del campo, tantas veces abordada por todo tipo de escritores a estas alturas, se narra de un modo convincente gracias a personajes emblemáticos e intrigantes como Hirsch, fundador de la biblioteca y protector de Dita durante una buena temporada. Los años de internamiento transcurren con naturalidad, con el tempo adecuado, ofreciendo episodios escalofriantes y conmovedores que podrían ser novelas en si mismos (véase la historia de amor entre el cabo nazi y la prisionera), la trama avanzando a excelente ritmo, sorprendiendo con noticias de traiciones, de casualidades que salvan vidas o de un Mengele que se deleita con el simple hecho de extender el terror con un maquiavelismo que Fita, hacia el final de la historia, comprenderá aprehendiendo así la astuta maldad de aquel asesino.
Iturbe ha escrito un libro que por muchos motivos solo podía escribir él, y le ha salido estupendo, pleno de significado y emociones que se extienden en una especie de epílogo donde explica cómo fue su investigación para escribir esta novela, destapando lo generosa que puede ser la realidad para con los que se deciden a exprimirla.

La Atlántida de Pierre Benoit


La Atlántida, Pierre Benoit, RBA, 236 pág. 

“Tenía la sensación de que nos encaminábamos a algo inaudito, a una aventura monstruosa. No se es huésped del desierto durante meses, años, impunemente. Tarde o temprano, éste se apodera de nosotros, acaba con el buen oficial, el funcionario prudente, el sentido de la responsabilidad. ¿Qué hay detrás de esos peñascos misteriosos, de esas soledades opacas, que ha tenido en jaque a los más ilustres buscadores de misterios? Vamos, adelante, vamos”, dice el narrador de La Atlántida cuando concede que ya no se detendrá, que la aventura le arrastra hacia un lugar no por peligroso menos deseado. Porque de eso habla esta novela: de la incapacidad para resistir el llamado de la aventura aun sabiendo que, de forma casi inexorable, al final del recorrido aguarda tu final. La Atlántida cuenta la expedición del capitán Saint-Avit junto al oficial Morhange, que bajo la fachada de una misión geológica lo que persigue realmente es encontrar la inscripción griega que debería revelar el alcance que llegó a tener el cristianismo en África. En su viaje a través del desierto, los hombres descubren el legendario y recóndito reino de La Atlántida, gobernado por una soberana que llama a sus súbditos con nombres griegos. La sofisticación del lugar y el atractivo incontestable de la mujer, su poder para seducir pese a todas las reservas y precauciones de los “condenados” a enamorarse de ella, y los atributos de la propia Atlántida son tan estupendos que la historia logra levantarse por encima de clichés –o permite que los olvidemos- de manera que accedemos a ese mundo de ensueño con la misma naturalidad y sumisión que los viajeros. No hay nada que hacer. Por más advertido que vayas, La Atlántida te va a conquistar. Y es que el libro contiene tanto el hechizo como el pavor que definen al lugar. Será por eso que sus páginas continúan superando décadas, y si ya ganó el Gran Premio de la Académie Française en 1919, también ha sido llevada al cine nada menos que siete veces. Cuando abuelos y nietos comparten fascinaciones es porque, probablemente, hay un clásico de por medio. En el paisaje de la intriga y la aventura, un matiz diferencial de esta Atlántida es el vocabulario refinado y la erudición exquisita de unos personajes que contribuyen, con su estilo y sabiduría, a incrementar el exotismo mítico, a elevar la obra. Aparecen guepardos y mangostas que se escurren entre torres de alfombras cegadoramente blancas, y esclavos imponentes que vigilan a unos huéspedes más bien conscientes de que van a morir, en general de desamor, tras probar los más grandes placeres, eso sí. La historia puede sonar a dejà lu, pero Pierre Benoit la conduce con un magisterio tan delicado e insinuante, la nutre con tantas ideas e imágenes y sugerencias, plantea conflictos tan esenciales, que le da un rango perdurable, sobre todo porque nunca deja de ronronear la invitación, el desafío, la propuesta que impulsa al libro: si te rindes a tu instinto, tu verdad, intentarás alcanzar la plenitud alguna vez, aunque te cueste la vida. Por si no bastara para aplaudir a Benoit, en La Atlántida menudean las frases ingeniosas, diálogos perspicaces e incluso divertidos o iluminadores que hacen de esta obra un paradigma de la novela de aventuras con ese toque preciosista y erotizante tan del gusto francés (recuerdo, por ejemplo, a la Afrodita de Pierre Louÿs –aunque éste fuera de cuna belga-). Un buen rato garantizado, con emoción y una belleza que se anuncia desde la espléndida portada que ha elegido RBA para lanzar esta edición.

Clubes de Lectura


Hay libros que son arriesgados desde el título. Titular a tu obra Clubes de Lectura, aunque señale perfectamente el contenido a tratar, resulta de lo más temerario. En esas tres palabras hay una apariencia de formalidad y didactismo que de entrada casan mal con la aventura lectora. Además, la portada casi anuncia un texto academicista, una especie de lección. De todas formas, la idea Clubes de Lectura es tan amplia que también provoca una cierta curiosidad ver cómo habrá solucionado su autor, Óscar Carreño, la manera de explicarla.
Y cuando empiezas a leer puedes reprocharte fácilmente haber sido víctima de eso que al fin y al cabo tanto molesta: el prejuicio. Porque este libro es un bombón de creatividad que utiliza la experiencia adquirida después de muchos años leyendo y escuchando a lectores que hablan de sus lecturas. Una pieza casi delicada que ofrece no sólo un planteamiento ágil, divertido, original e interesante sino que por momentos es capaz, incluso, de emocionar.
Al fin y al cabo, es la emoción la que reúne a toda esa gente en bibliotecas, escuelas, salas o bares con el objetivo de contrastar impresiones sobre libros. Y en horarios no siempre fáciles. Carreño tiene bien claro que los Clubes son destilerías de emociones, de ahí que conceda importancia capital a la presentación que Jordi Cervera hizo de su Muerte en seis veinticinco, una novela negra para la que contó con el apoyo del ex jugador de baloncesto profesional Ferran Martínez y que concluyó con un lanzamiento a canasta desde la línea de 6,25 por parte del propio autor. Y encima, la metió.
En ese acierto, Carreño resume las ilusiones, expectativas y premios que puede concentrar una sencilla tarde de cháchara literaria bien conducida. Cómo una ficción puede proyectarse sobre un escenario real. Cómo se puede absorber la atención de unos lectores tan comprometidos con los protagonistas de cualquier novela que sean capaces de recrear en la realidad la excitación de la lectura y hacer que lo inventado suceda... “de verdad”.
La empatía que los chavales del público sintieron hacia Cervera en el instante del lanzamiento influyó con seguridad en su interés por la obra. Y, tomando como referente aquel día memorable, lo que Carreño hace en este libro sobre Clubes es proporcionar una suerte de experiencia que va más allá de la mera exposición. Escribe un texto que estimula desde su propia estructura inquieta, basculando de la forma narrativa clásica a las ilustraciones que sirven para aclarar un concepto; incluyendo fragmentos literales de novelas, microcapítulos resueltos con una o dos frases y arrebatos de cierto vanguardismo que resultan bien gráficos y por eso útiles para explicar ideas determinadas.
La forma del propio libro es así una invitación a la lectura, una propuesta. Que pivota siempre, eso sí, entorno a las figuras protagonistas de los Clubes: libro, lector y conductor. Pero ese atrevimiento formal no llegaría a ningún lado de no apoyarse en contenidos y conclusiones penetrantes realizadas desde una perspectiva que en realidad es de privilegio, porque realmente reúne a los principales factores del juego literario. Un juego que, para funcionar, exige honestidad.
Por eso que, además del homenaje que Carreño hace a varios autores que han significado algo distinto para él -Calvino, Cortázar, Bellow-; y además de recordar que fueron las bibliotecas públicas las que impulsaron el fenómenos de los clubes aquí; y de señalar cuánto puede ayudar un buen conductor a reinterpretar obras que en una primera lectura parecieron despreciables, además de todo eso -que es lo que más o menos se espera de un libro titulado así-, Carreño analiza los debates de los lectores de Club para extraer conclusiones valiosísimas desde un punto de vista, atención, prácticamente científico.
Un ejemplo estupendo: tras observar hacia dónde se orientan las conversaciones cuando el libro abordado en cualquier Club es un best seller o bien una “roca” literaria, Carreño concluye que: “Ante el comentario de libros del tipo best seller la dinámica de la sesión se aleja relativamente rápido del centro del texto para exteriorizarse en debates alrededor del género, en sus virtudes y defectos (...) Cuando se aborda en un club de lectura una de estas rocas literarias, rocas que se levantan para formar cimas de la literatura, observaremos un movimiento, una dinámica de las sesiones antagónica a la descrita anteriormente para los best seller. Ahora se traza un movimiento centrípeto que absorbe las corrientes del debate hacia el centro del texto”.
Magistral, ¿no? Quizás ese termómetro sea el idóneo para distinguir unas obras de otras, ahora que algunos insisten en confundir fronteras y Carlos Ruiz Zafón se atreve a preguntar qué tienen las novelas de Coetzee que no tengan las suyas. (Una respuesta objetiva sería, pues: Que las de Coetzee tienen lectores que terminan hablando de ellas, de las novelas).
Carreño vuelve a demostrar su carácter y sus fundamentos socioliterarios cuando por ejemplo critica a las campañas publicitarias que alientan el uso del préstamo bibliotecario para inflar unos números políticamente rentables, sin contemplar si esos libros prestados se llegaron a leer o no. A la vez que aplaude, como ya lo hiciera Rubén Darío, la creación de los clubes de lectura como una extensión democrática de aquellas charlas elitistamente artísticas que durante mucho tiempo estuvieron reservadas a la burguesía.
Sirviéndose de dos lectores que actúan como auténticos personajes, Carreño también plantea los valores de un buen conductor de Club, destaca las cualidades necesarias para integrar todas las opiniones de los cluberos manteniendo el ritmo y el interés de la charla, y termina destacando el valor de la comunidad física, tangible, que terminan formando los lectores. De hecho, Carreño toma claro partido por la intensidad y calidad de los clubes presenciales frente a los intercambios internautas. Y de nuevo basa su postura en la experiencia, presentando un caso paradigmático que desenmascara una de las fachadas de la posmodernidad, viniendo a sugerir que, pese al empuje de los e-readers y otros adelantos tecnológicos, el papel va a seguir manteniendo muy alto su poder de seducción.
Un logro enorme de este libro es que, cuando terminas, el título que te pareció arriesgado, ahora trae sugerencias. Otro triunfo es que después de leerlo sólo quieres leer más.

El país imaginado de Eduardo Berti


El país imaginado, Eduardo Berti, Impedimenta, 235, pág.

Hubo un tiempo en el que sublimar el amor romántico era más o menos natural entre los narradores. Además de los supersticiosos y los místicos, multitud de personas regidas por férreos códigos morales creían en espíritus integralmente puros y por eso dignos de adoración. Los siglos fueron matizando la perfección de los ídolos, a los que con los años se ha ido concediendo la posibilidad de desmandarse, al menos un poco, de modo que, hoy, incluso a los enamorados, fans y religiosos se les supone capaces de comprender que sus “amados” también tienen defectos.
Sabemos que no es así, que venerar a menudo implica ceguera y atontamiento, pero como la literatura del siglo XXI descree en general de lo perfecto y lo sublime, resulta muy difícil hallar historias con protagonistas tan pero tan enamoradas como la inventada por Eduardo Berti.
Esto quiere decir que El país imaginado era desde el origen un importante desafío, así como lo de ubicar la trama en la China de principios del siglo XX, si bien en este caso la fecha y el emplazamiento debían contribuir a hacer más creíbles las emociones de la protagonista, criada en un entorno donde la magia y lo angelical aún parecían posibles. Además, aquella China ofrecía un contrapunto delicado a la agresiva cultura occidental, convencida de haber superado ciertas mieles de artificio y por eso extremadamente dispuesta a burlarse de cualquier sentimiento sin mácula.
Berti cuenta la historia de una joven que se embelesa con la belleza de otra, Xiaomei, y cómo cultiva su fascinación y la protege y la silencia compartiéndola de manera sutil con la propia Xiaomei. Amor puro. Sin atisbos de deseo carnal, al menos no expresado, porque esta novela habla de cómo colma la compañía del ser amado. Sin más.
En un lector con demasiados años de corrupción en sus ojos (como yo) es inevitable imaginar que la narradora aspira a llevar al límite su pasión acostándose con Xiaomei pero Berti diluye estupendamente esta frontera, sin pronunciarse, permitiendo que cada uno piense lo que quiera.
Lo innegable es que la historia sirve para penetrar en un universo donde los matrimonios se pactan al margen del amor, revelando cómo los “condenados” especulan sobre las parejas que les tocaron y, por lo tanto, sobre sus destinos. Hay una aceptación cultural, una resignación extendida, que a su vez estimula las fantasías sobre otras vidas posibles, incluidas las de fantasmas. Así, se dialoga con muertos y hay vivos que desposan a cadáveres, realidades que aquí suenan muy excéntricas pero allá formaron otra parte de la vida a lo largo de siglos. Y de este modo se va imponiendo la evidencia de que todo es intercambiable, incluso la vida y la muerte, y de que estamos a merced de hilos muy finos que bien pocas veces se mueven de acuerdo con nuestra voluntad.
En ese contexto, la obsesión es una especie de refugio, un lugar propio donde las leyes del exterior se mantienen ahí afuera, incapaces de moderar nuestra incandescencia, nuestra pureza, quizás. Y desde este punto se plantea un mundo dividido entre los que creen y los que no. En fantasmas, en amor o en lo que sea: “Lo que a mí siempre me cautivó –dice la narradora- fue esa división tajante entre quienes creen en fantasmas y quienes no. Un término medio es o parece imposible, así como no existe alternativa entre estar vivo o muerto... salvo ser un fantasma, precisamente”.
El país imaginado es un libro delicado que regala un poso de vida sutil, avanzando entre supersticiones y obligaciones que a fin de cuentas terminarán señalando el absurdo de la cultura (que no es sino otro brazo en el que apoyarse para domeñar el desasosiego, resultando con frecuencia tan inválido como cualquier otro). Es un libro que, pareciendo dar poco, da lo suficiente. No impresiona, no entusiasma pero funciona como una suerte de arrullo. Está bien. Su mayor handicap –y mérito- es que realmente parece pertenecer a otro lugar y otro tiempo.
 

Victus, ¿propaganda política?


La voz, la voz... Qué bien elegida esa voz narradora que tanto está dando que hablar, básicamente porque hasta ahora Albert Sánchez Piñol había escrito en catalán y para Victus se decantó por el castellano.
Pero antes de comentar esa voz más allá de la lengua en la que se expresa, señalar la curiosidad de que dos de los novelistas barceloneses más interesantes de los últimos años optaran, a la edad de cuarentaytantos, por escribir historias ubicadas en el siglo XVIII y protagonizadas por individuos que se llaman Martín (uno) y Martí (el otro), ambos de modestos orígenes pero que gracias a su ingenio y creatividad sobreviven entre reyes, generales, obispos y otra gente poderosa haciendo gala de una elástica picardía que con frecuencia se resuelve en escenas de envidiable sentido del humor.
Uno de esos novelistas es, era, Francisco Casavella, quien en Lo que sé de los vampiros (Destino) actualizó el espíritu de Quijote y Sancho valiéndose de un buscavidas profesional y un caricaturista (Martín de Viloalle) cuyas tribulaciones por las cortes europeas impulsaban todo el tiempo a pensar en realidades mucho más cercanas y actuales hasta el punto de intuir que la obra de Casavella proponía un esquinado retrato de la sociedad sobre todo catalana, y una denuncia del clasismo dominante aquí, además de un homenaje a todos los que crean por placer e instinto olvidados de halagos, ovaciones o premios. La novela ganó el Nadal y aunque su repercusión fue más que discreta, esta obra se sitúa sin duda entre las más significativas de nuestra historia literaria reciente.
El otro escritor es, claro, Sánchez Piñol. Tras la imponente La pell freda, se esperaba casi con hambre su siguiente novela y quizá por eso Pandora al Congo, siendo bien amena, adolece de una tensión excesiva, de una exigencia del autor para consigo mismo, como si hubiera tratado de hacer la Gran Novela imponiéndose un rigor o unas cimas o a saber qué que terminó perjudicando el resultado final.

De todas formas, leída Victus, se antoja que ese proceso fue útil para sacudirse el peso de la fama y los qué-dirán, recuperando sensaciones de libertad anteriores al pelotazo que supuso La pell freda, si bien con un plus: el de la veteranía de lo vivido –que seguro que fue mucho-. Se diría que Sánchez Piñol se hizo aún más consciente de que había que restarle gravedad al mundo y contarlo sin todo ese maquillaje con el que a menudo se asocia a lo literario. Y allá fue. De un modo bastante extremo, además.
Por si fuera poco, enfrentando el episodio más crucial de la historia catalana, el asedio de trece meses al que fue sometida Barcelona hasta la derrota del 11 de septiembre de 1714, poniendo personas reales y material histórico verificable al servicio de su imaginación. De entrada, el narrador, Martí Zuviría, cae fatal. Este individuo -que existió de verdad, aunque su personalidad literaria sea obra del autor-, se expresa como un majadero, maltrata ignominiosamente a la austriaca que tiene a sueldo para que transcriba su biografía y no tarda en revelarse un traidor a casi cualquier causa que no sea la de salvar el pellejo y pasarlo bien, mostrándose capaz de saltarse convenciones en apariencia sacrosantas e incluso de dañar a otros sin sufrir especial arrepentimiento. Se presenta a un egoísta superdescreído con muy pocos tapujos.
Pero hay que tener en cuenta que el narrador es él mismo, Martí Zuviría. Él es quien descubre con detalle sus mezquindades, engaños, su embrutecimiento paulatino. Y es que, el Zuviría narrador es un nonagenario que se encuentra en un punto desde el que juzga su trayectoria sin rubores ni cortapisas morales. ¿Cómo llegó a moldear ese carácter tan implacable y rudo? Para eso hay que leer la novela. Aprendiz casi involuntario del mítico ingeniero militar Sebastien Bauvan, Martí se convierte desde bien joven en uno de los escasos expertos mundiales en el arte de defender y expugnar fortalezas. Esta habilidad le permite codearse con generales, aristócratas y gobernantes de postín de varios ejércitos (porque no tiene inconveniente en cambiar de bando según sople el viento, y como sus servicios son codiciados...). Es tan oportunista y su moral tan laxa que sus reacciones sorprenden con frecuencia por lo zafio o improcedente o inesperado, y en numerosas ocasiones da pie a situaciones entre estrambóticas y caricaturescas que son divertidas incluso en la crueldad.
El maestrazgo de Vauban le hace amar, eso sí, el arte de la guerra, y a él se entrega, a la belleza de las Trincheras de Ataque y de los muros defensivos. Por eso, pronto revela un vocabulario mucho más rico y amplio y técnico e ilustrado de lo que al principio podía esperarse, aunque la educación no le priva de los continuos sarcasmos deslenguados, conduciendo la narración por unas claves coloquiales que le dan un aire muy mundano, a la vez que muy honesto porque está claro que quien habla lo hace desde la mayor sinceridad. Algunos críticos han visto en esta voz una especie de facilidad o de falta de tensión, llegando a preguntarse si un libro así podía considerarse literatura. La respuesta se encuentra en las propias páginas de Victus, donde Martí debate con un colega madrileño sobre “la razón de ser literato”. Según su interlocutor, esta razón es “transmitir altos pensamientos y hacerlo con un estilo que eleve el idioma. Ahí tienes la alternativa: páginas llenas de garrotazos y cuchufletas. ¿Es a eso a lo que debe dedicarse el arte en forma escrita?”. Es decir, que Sánchez Piñol sabía muy bien lo que hacía eligiendo al procaz Martí Zuviría, por supuesto que intuía por dónde iban a salirle algunos críticos, y pese a ellos, y pese a los que abominan de que Martí hable en español, toma la determinación de seguir este camino. Y este par de decisiones (el tono y la lengua) son tan necesarias para el libro que casi no deberíamos hablar de valentía sino de inexorabilidad. Sánchez Piñol ha logrado la libertad de espíritu suficiente para situarse más allá del runrún público y, así, decidir lo mejor para la obra al margen de políticos y esteticienes.
Al contrario de su Pandora al Congo, Victus posee una verdad intrínseca, una convencida soltura que, sumada a la innegable inventiva del catalán, la eleva a un lugar mucho más alto y hermoso.
Y ahora, al meollo: ¿por qué es esta voz tan adecuada para la historia? Porque el narrador es alguien que habiendo intimado y trabajado con españoles, franceses y catalanes, ha asistido a cómo todo este juego de banderas se hacía siempre desde arriba, desde unas tribunas confortables donde los acomodados disponían a su antojo de miles de ciudadanos con tal de mantener sus privilegios. Y el ejemplo más vil y doloroso de esto lo dan los propios catalanes bienestantes –los “felpudos rojos”-, quienes hasta el final intentan desvincularse de la voluntad –suicida, todo hay que decirlo- de un pueblo que por fin ha encontrado algo en lo que creer: la defensa de Barcelona. En los momentos más críticos, vemos a los felpudos rojos maniobrando en contra de los intereses de Barcelona, al fin y al cabo saben que si hacen lo que deben –entregar la ciudad-, sus pudientes enemigos franceses y españoles velarán por que sus vidas continúen siendo igual de onerosas.
¿Qué más da, así, una derrota?
De ahí que asistamos a episodios incomprensibles hasta encender la sangre, como la retirada de Mataró ordenada por un político con demasiados intereses, cuando de haber ejecutado un ataque sorpresa a la ciudad, la suerte del asedio podía haber cambiado. La cuestión es que el orgullo de los barceloneses que siempre se sintieron fuera de las decisiones y las tierras que ellos mismos trabajaban, y el deseo de reivindicar algo propio por fin, arrastra a muchos felpudos rojos que, abrumados por la voluntad popular, hallan un último reducto de dignidad –¿o quizás su genuino pálpito sea el del miedo a la ciudadanía ofuscada?- que les obliga a participar en la defensa. Aquí, el mito de Casanovas se tumba porque queda retratado como un felpudo ejemplar.
Y como Martí Zuviría es testigo directo de los sinsentidos y las intrigas encadenadas que van hundiendo a Barcelona en el hoyo definitivo, como a lo largo de su vida va a presenciar la muerte, el martirio, la injusticia y el abuso en primera fila, como se va a enamorar y a formar una especie de familia compuesta por auténticos marginales –una de las familias más exóticas desde El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer-, se va a descubrir capaz de actuar pensando en alguien más que en si mismo. Martí, como muchos otros, no va a luchar en Barcelona por él ni por una bandera, sino por amor y un sentido de la justicia, admirando a quien acabará liderando la carga final de los sitiados: Villarroel, un general que pese a haber hecho carrera en España allí no fue considerado de los suyos, entre otras cosas por haber nacido en Barcelona, mientras que los catalanes lo trataron igualmente de forastero.
Así, tenemos a dos defensores de Barcelona principales tocados profundamente por lo español pero que, ante todo, toman partido por unas personas hartas de ser pisoteadas por unos y otros y que están dispuestas a morir para que no las pisoteen más. Toman partido por los Vencidos (Victus) auténticos. Será para encajar una última derrota, sí, pero al menos llegará vestida de épica. Y por eso, después de alcanzar semejante cumbre y haber sobrevivido, el viejísimo Martí se siente con la licencia de llamar al mundo por su nombre recordándonos con su desagradable honestidad que las cosas también son así, y que hay quien las cuenta tan procazmente como él, pero que justo son esos narradores los que defienden ciudades con sus cuerpos y que, por si fuera poco, también saben transmitir magníficamente sus historias aunque las carguen con tacos y reniegos, ofreciendo verdades enormes inspiradas por la experiencia, verdades tan abrumadoras y lúcidas que acaban por imponerse –y por mucho- a la “fealdad” de ciertas palabras. Por eso, la voz de Martí es probablemente la mejor que Victus podía tener. Victus significa Vencidos, ya se ha dicho. Y ese título reivindica el orgullo de perder, la honorabilidad del enano, la puta y los miqueletes, mucho más clara, eso sí, que la de los felpudos rojos y negros, que también pierden, pero después de tretas tan arteras que su honor se pone pero que muy en entredicho.
De cualquier modo, el martirio parece conceder una gloria que borra las cabronadas que se cometieron en vida y la derrota de 1714 terminó por envolver a todos como si todos fueran iguales. Por eso, hay que agradecer a Sánchez Piñol los matices de esa derrota. Perder así es honorable, de acuerdo, pero aquí no se habla solo de política como algunos –por ejemplo Miquel Calzada, comisionado por la Generalitat para organizar los actos del 300 aniversario del 11 de septiembre - insisten en señalar abismándose en un ridículo peligroso al afirmar que “si la editorial sabe utilizar este libro, puede convertirse en un instrumento propagandístico impresionante” mientras al lado suyo, el autor habla de Tolstoi y recuerda recuerda recuerda que muchos felpudos rojos catalanes cometieron actos prácticamente de traición.
Un pero a la novela es la concatenación de situaciones extraordinarias, en ocasiones tan continuas que restan un punto de credibilidad al relato. Y las contradicciones, que a veces también aparecen en cadena. Que emerjan las contradicciones de manera natural es una de las grandes virtudes de un buen novelista. La idea es mostrar lo volubles que somos y lo expuestos que estamos a una realidad caprichosa que puede modificar nuestras posiciones de un minuto al siguiente. Vale. Por eso, por Victus desfilan numerosos personajes que van cambiando la postura, las ideas, de manera llamativa y sugerente. Pero el hecho de que esto ocurra de un modo tan sistemático denota una cierta obsesión del autor, digamos que se le ve a él empeñado en el asunto, y aunque nunca dejan de interesar los bandazos que puede dar un ser humano, en algún tramo la paradoja parece más una táctica recurrente que una necesidad del texto.
Otro pero son las páginas finales, donde el melodrama se dispara a lo Hollywood creando una cierta distorsión respecto al resto del libro, si bien la molestia no abruma y el último remate está logrado.
En este libro, Albert Sánchez Piñol se ha despeinado a voluntad, como esos cantautores que sudan y gritan y llevan el pelo a la babalá pero cuando cantan, a veces también a gritos y hasta desafinando, descubres que su desaliño no es que no te importe sino que, de no presentarse así, esas extrañamente conmovedoras, necesarias canciones, no existirían.
Con esto quiero decir que Sánchez Piñol ha escrito un libro que sonará a lo largo de los años, y que muchas gracias de parte de este lector.

En la Barrera



El próximo lunes 12 de noviembre llegará a las librerías En la Barrera (Altaïr). Para escribirlo viajé por la Gran Barrera de Coral australiana, aunque en el libro no hablo sólo de ella. De hecho, en esas páginas hablan bastantes personas, vivas y muertas, de bastantes cosas. Teniendo en cuenta que la superficie visible de los arrecifes son cúmulos de corales vivos soportados por montañas invertidas de antepasados (muertos) que se extienden bajo el agua, creí que era oportuno mezclar las voces de unos y otros denotando que ambos forman –formamos- parte de un mismo cuerpo que viaja a través del tiempo.
Si la temperatura del planeta aumenta un par de grados, la mayor parte de la Gran Barrera perecerá, y como los corales al morir se vuelven blancos, tendremos una extensión de más de dos mil kilómetros de ese fúnebre color.
Los científicos dicen que Australia es el gran laboratorio del planeta, donde se anuncian los cambios socioclimáticos que afectarán a la Tierra. Si esto es así, la cosa pinta fea. De todos modos, Australia está reaccionando. Lo feo y la reacción forman parte de este libro en el que me he sentido con una libertad nueva y del que estoy enormemente satisfecho, la verdad. Todo empezó en el Aquarium de Barcelona, cuando mi hijo de dos años se detuvo ante una pecera donde se alertaba sobre el estado de la Barrera. Me hice varias preguntas y una de ellas fue qué mundo le quedaría a él después de mí. De modo que viajé y escribí mirando, esta vez sin duda, al futuro. Esto es un pequeño avance de opiniones que encontraréis en una obra que aunque a bote pronto pueda parecer otra cosa es intrínsecamente literaria:


Bill Bryson, escritor: “Nadie se pone de acuerdo sobre dónde empieza y dónde acaba la Gran Barrera de Coral. Es el equivalente oceánico a la selva amazónica. El ser vivo más grande de la Tierra, el único visible desde la Luna”.

Josep García, biólogo: “Las plagas está azotando fuerte en los últimos tiempos y se inventan fórmulas de lo más raras para combatirlas: hay safaris nocturnos para turistas que vienen a matar canguros. Encienden los focos de los todoterreno para deslumbrarlos y venga, a matar”.

Charles Darwin, biólogo: “La competencia no cesará hasta que alcancemos los límites extremos de la vida en las regiones árticas o en las orillas de un desierto absoluto”.

Frances Ashcroft, fisióloga: “Vivimos en un mundo de agua y la mayor parte de nuestro conocimiento está confinado en conchas situadas en profundidades al filo de continentes”.

Josep García, biólogo: “Por muy preparado que vayas, no sabes dónde estás hasta que no te enfrentas a esa inmensidad. En Australia, el espacio es otra cosa, tiene unas medidas distintas, todo se magnifica. En cuanto a los animales... buf, es un no parar. Lo curioso es que cuesta localizarlos, sabes que se ocultan cerca pero no los ves... y sin embargo no tienes sensación de peligro. Me acuerdo de que cuando al fin empecé a explorar sobre el terreno, veía pasar un animal desconocido, lo buscaba en la guía y entonces pasaban cinco más. Así varias veces, hasta que dije: mira, cierra la guía y a disfrutar”.

Anna Baldellou, submarinista: “Vivir en el barco era estar en el paraíso. Me levantaba a las cinco de la mañana y pasaba todo el día en el agua. Nadé cerca de tiburones, una ilusión que tenía, y no me defraudó. Conocí a un chico increíble, no había visto a nadie tan feliz como él. Tenía tan pocos problemas que me costaba entenderlo hasta el punto de preguntarme si sería yo la que veía problemas donde no había. Me recuerdo con un collar de corales que siempre llevaba puesto”.

Jane Wooldberg, técnica en aparatos de aire acondicionado: “Lo del cambio climático no nos afecta. En Queensland tenemos agua, ríos limpios... A la gente le gusta hablar pero parece que no tenga ojos para ver la realidad, este cielo. Además, ¿sabe lo que supondría cambiar las mecánicas de producción? ¿Quién va a dejar en el paro a gente que montó su negocio de forma legal cuando nadie hablaba de ecología? ¿Cómo se justificaría eso?”.

John Berger, crítico de arte, pintor y escritor: “Hoy, en el Oeste, cuando la cultura del capitalismo ha abandonado todas sus pretensiones como tal cultura y se limita a ser simplemente una “práctica inmediata”, la fuerza del tiempo se representa en forma de un supremo aniquilador a quien nadie osa oponerse. El planeta Tierra y el universo se están agotando. El desorden aumenta con cada unidad de tiempo que pasa”.
Paul Marshall, miembro de la Australian Coral Reef Society (ACRS): “Desde el verano austral 2001-2002 nos dimos cuenta, después de sobrevolar 640 de los 2 900 arrecifes que forman la Gran Barrera y de habernos sumergido en 27 sitios, que cerca del 95 por ciento de los corales del Parque había emblanquecido”.
Edward O. Wilson, sociobiólogo: “La superficie de la Gran Barrera de Coral, el yacimiento más grande y más protegido del mundo, se redujo a la mitad entre los años 1960 y 2000. En conjunto, un quince por ciento de los arrecifes de coral del planeta han desaparecido o se han degradado de manera irreversible, y una tercera parte podría desaparecer durante los próximos treinta años si continúa la actual tendencia a la baja. Se calcula que el actual ritmo de extinción es unas cien veces superior al que había antes que los humanos aparecieran sobre la Tierra, y se cree que aumentará unas mil veces o más durante las próximas décadas. Somos el meteorito gigante de nuestros tiempos y hemos iniciado el sexto cataclismo de la historia fanerozoica. Si esta pérdida permanente no remite, pronto llegará la era eremozoica: la era de la soledad”.

Mark Carwardine, zoólogo: “La gran mayoría de las extinciones se ha producido en los últimos trescientos años. Y de las ocurridas en los últimos trescientos años, la mayor parte corresponde a los últimos cincuenta años. Y de las ocurridas en los últimos cincuenta años, casi todas han tenido lugar en los últimos diez años. Lo más pavoroso es ese índice de aceleración. Cada año echamos fuera del planeta más de mil especies diferentes de animales y plantas”.

Yasutaka Tsutsui, escritor: “Creo que el cambio climático es uno de los motivos por los que se extinguirá la humanidad. Por eso mismo he pensado en escribir algo sobre ese futuro que nos espera”.

Alan Howe, editor: “En Queensland están como una cabra. Están locos de atar. Más locos que todo un rebaño. Te gustará”.

En Madrid, la presentación será el 11 de diciembre en la librería La Central de Callao a las 19:30h. Correrá a cargo de Manuel Borja-Villel y Albert Padrol.
En Barcelona, será el 13 de diciembre en el Forum Altaïr a las 19:30h. Presentará Jacinto Antón.

Stone Arabia de Dana Spiotta


Hablar de la vida normal con normalidad embaucadora es una de las aspiraciones, creo, de un gran número de novelistas, a la vez que un coto reservado a los mejores. Y a ese podio se aúpa a partir de ya a Dana Spiotta, quien con Stone Arabia (Blackie Books) se revela como la pareja (literaria) perfecta de Jonathan Franzen. Sus libros podrían convivir, formar matrimonio. Se entienden, comparten frecuencias y una forma de mirar a la familia y su entorno inmediato que radiografía a la sociedad occidental tan esencialmente que lo difícil es no identificarse –no importa que sea de manera desigual- con casi cualquiera de sus personajes. Spiotta retrata nuestra cotidianeidad urbanita de un modo tan cercano que por momentos me ha parecido que vivía conmigo –o que era yo-. Aunque lo que contaba era la vida de su hermano Nik... y la de ella.

Stone Arabia está narrada por Denise, mujer sin atributos destacables que se conforma más o menos con lo que la vida le va dando y admira a un hermano que en su día logró ciertos triunfos musicales pero que desde hace varios años ha optado por mantenerse al margen de la opinión de los demás, construyendo sus propias críticas y noticias –es decir, escribiéndolas él mismo en una colección de Crónicas que sólo deja leer a sus más allegados- y evolucionando musicalmente en una línea tan personal que expulsa hasta a la mayoría de sus antiguos fans. Sin importarle. El solipsismo de Nik, su indiferencia al qué dirán y su devoción irremediable por el hecho de crear y el consumo de drogas, son realidades asumidas por una Denise que conoce mejor que nadie a Nik y aun así él a menudo la sorprende. También con sus melodías y las letras de unas canciones en las que ella se reconoce y reconoce el mundo por más que otros hablen de sinsentidos.
Observándole, apoyándole, Denise se pregunta por la razón de las adicciones percibiendo que ella misma necesita necesita necesita una constante conexión con la burbuja exterior: navegar por internet, recibir llamadas, el impacto de las noticias e imágenes que se cuelan por todas partes, abrumándola, desconsolándola, pero haciendo que se identifique con personas a las que no conoce mientras busca respuestas o sabiduría o a saber qué mediante esas experiencias “distantes”.
La destreza de Spiotta para agrupar sentimientos y sensaciones y expresarlos todos del modo más reveladoramente simple es atípica y mayúscula. Posee el don de la facilidad para abrazar el día a día incluso en sus detalles más nimios, iluminando muchos de esos rincones y momentos cotidianos de apariencia trivial pero que en su mano adquieren un valor, un significado. Nos recuerda cómo nos influyen esas letras pequeñas, esos impactos de luz, esos sonidos de fondo, y cómo nuestro carácter también se forja con ellos, a la vez que expresa magistralmente esa sensación de “asfixiar lentamente el tiempo” que se apodera de tantos de nosotros cuado caemos en las redes de unas pantallas que nos colman de un aparente todo que es casi nada.
El afán por almacenar recuerdos tiene en Denise otra espoleta: comprende que envejece, su madre ha empezado a olvidar cosas y ella, aunque en menor grado, también. Y como no quiere que lo mejor –y tampoco lo peor- de la vida se borre de su memoria para siempre, y aunque ni siquiera sepa distinguir cuál es el regalo escondido, no deja de buscar historias que la emocionen y la hagan sentir y la vinculen a todo esto, a los demás.
La actualidad vertiginosa que a veces se disparata está enterrando los jóvenes años locos en los que el futuro no existía, y al tratar de preservarlos, Denise pasea por la escena punk y pop del Los Ángeles de los 80, adentrándose desde allí en las interioridades psicológicas de su hermano artista de un modo que puede recordar a algunos pasajes del Houellebecq de El mapa y el territorio, si bien se extiende hiperbólicamente al detallar el mundo creativo de Nik dedicando demasiadas páginas a enumeraciomes de grupos y tipos de música y elucubraciones discográficas que expulsan un poco de la lectura a los no iniciados semiimpacientes. Es cierto que con esto la autora desea dar volumen a la obsesión de Nik pero al recrearse en ello rompe con cierto estrépito su melodía –en realidad, como haría el propio Nik-, alejándola como mínimo –aunque sólo por momentos- de gustos más populares.
Hay en esta novela un fraseo y una naturalidad que en ocasiones también me hizo pensar en Los descendientes, una de las películas de más impactante delicadeza de los últimos años, quizá por ser –o parecer ser- tan involuntariamente intensa como la vida misma. Como cierre, ahí va un diálogo entre Ada y Nik:
“Ada: ¿Y a quién te diriges en esa canción? ¿Al mundo? ¿A ti mismo? ¿A tu hermana?
Nik: A mí solo me interesa que rime”. 

Pájaros en la cabeza


“Miquel Trepat –director del Zoo de Barcelona- no lo sabe pero muchas veces cuando me habla yo estoy escuchando a los pájaros”. Es una de las intimidades del biólogo Josep Garcia que ayer se desvelaron durante la presentación de Els ocells silvestres del Zoo de Barcelona, firmado por el propio Josep y con el que la Fundació Zoo de Barcelona inaugura una biblioteca propia.


La confesión hizo reír al auditorio y al propio Miquel Trepat, quien confió en Josep para inaugurar la biblioteca precisamente por eso, por la obsesión que tiene este naturalista vocacional con la detección y el cuidado de los animales. Els ocells... ha sido elaborado con la colaboración de varios compañeros de Josep, que han aportado observaciones realizadas entre 1989 y 2010. El resultado permite saber, por ejemplo, que en la Diagonal puede escucharse durante todo el año a al menos quince especies de pájaros e indica, entre otras muchas cosas, las fechas más convenientes para visitar el Zoo si se quieren tener posibilidades de ver, digamos, a un martín pescador.
Después de leer este libro ilustrado con fotografías y dibujos impecables, vas a saber que la urraca, ahora tan común en nuestros cielos, no nidificó por primera vez en el parque hasta 1989 y que si bien el ruiseñor atraviesa problemas para mantenerse en la ciudad, el caso es que aún se encuentra en ella. 
Estorninos, cigüeñas, cacatúas, cotorras, periquitos, gavilanes, loros, patos, buitrones, currucas, lavanderas, zorzales... Josep Garcia pertenece a esa especie de apasionados que ven y escucha donde los demás no solemos. Ayer, en la presentación le definieron como un freakie de lo suyo, y completaron la definición describiendo a alguien entregado, tozudo, minucioso y excepcionalmente dotado para lo que hace. Cuando le tocó hablar, demostró que era cierto, contagiando sus ganas y deseos de saber.
Josep me ayudó mucho a preparar mi viaje por la Gran Barrera de Coral australiana, ya entonces me habló de pájaros, y hablando de ellos aparece en el libro resultante de aquel viaje. También me ha enseñado a anillar especies para su posterior seguimiento, y para acceder a sus nidos debimos cruzar pantanos lodosos en los que resultaba un suplicio avanzar. Es un naturalista purasangre que ahora, además, forma parte de un proyecto por la conservación de los leopardos en Irán, siendo quizás la única persona sobre la tierra –como mínimo no le consta que ningún iraní lo haya hecho- que ha recorrido todos los parques nacionales de aquel país. Ese tipo de hitos poco divulgados pero impresionantes, sobre todo porque están impulsados por el deseo de conocer más puro.
Que hoy sea Josep quien pone esa primera “piedra” a un proyecto del Zoo que apuesta por hacernos más sabios, me alegra y me emociona.
Muchas felicidades, Josep. Espero que nuestras charlas sigan siempre acompañadas por un buen número de pájaros.



Una mañana radiante de James Frey




Una mañana radiante (Mondadori) de James Frey es uno de esos escasos libros capaces de ir detonando ideas, una tras otra, mientras avanzas en él. Se publicó en España en 2009 así que lo he leído ya lejos del globo promocional y sin más motivo que el haber ido descartando otras lecturas que empezaba y, después de unas cuantas páginas poco convincentes, cerraba enfadado o aburrido o desilusionado o planteándome el sentido de escribir literatura.
De James Frey sabía que firmó una polémica autobiografía donde al parecer falseó algún episodio decisivo. También había curioseado algo en el personaje, desde luego que mucho más que en la obra, y me atreví con este libro quizá por ver cómo resolvía el abordaje de una ciudad como Los Ángeles. Mezclar historias de ficción con datos estadísticos e historias internas de la ciudad protagonista es algo con lo que yo mismo estoy trabajando –pronto lo veréis en En la Barrera (Altaïr)- así que la idea, de entrada, me enganchó.
Escribir sobre lugares es mucho más complejo de lo que bastantes creen. Me di cuenta al coordinar colecciones literarias “de viajes” en las que estupendos escritores de novelas y relatos ofrecían narraciones carentes de, como mínimo, la chispa que caracterizaba el resto de su obra. A partir de ahí comencé a apreciar aún más los libros que lograban aprehender la esencia de los lugares... a través de las personas, por supuesto... pero la esencia de los lugares.
Para mí, una clave al sentarte a escribir es la estructura y el punto de vista, que de algún modo deberían ayudar a entender mejor el sitio que vas a explicar. ¿Qué forma tiene esta ciudad? ¿Qué ofrece? ¿Cómo voy a enfocar ese magma? La fórmula que encuentra Frey se presume muy adecuada a Los Ángeles, por ejemplo. Mezcla la Historia de la gestación y encumbramiento de la ciudad con las tramas particulares de sus protagonistas, además de suministrar avalanchas de información y fragmentos ensayísticos o incluso entrevistas que encajan naturalmente en el retrato que levanta. La puntuación corta refuerza la frialdad de una exposición que a fin de cuentas no necesita adjetivos porque los datos y los hechos se bastan para crear la atmósfera entre apabullantemente opresiva y, de vez en cuando, solo de vez en cuando, algo esperanzadora. Frey te hace sentir el peso de la ciudad. Su carácter. Sales de la novela percibiendo que ahora sabes algo un poco más verdadero de Los Ángeles, y que te lo han contado de una de las mejores maneras que te lo podían contar. También sales con la sensación de haber vivido una experiencia distinta, de haber aprendido algo, y de que el autor está impulsado por una libertad y sabiduría que probablemente se desprenda de esa misma metrópolis.
En literatura no es común la impresión de haber enfrentado una obra de arte con al menos un toque vanguardista, y que funcione. Este es un coto reservado a pocos. Por lo tanto, dar con una obra así puede provocar alegría genuina, que es la que yo he sentido. Aún más cuando, dentro del único apartado en el que la obra viene más o menos a explicarse a sí misma (de manera camuflada), Frey expone ideas tan cristalinas como agresivas que, compartas o no, te hacen pensar:


“Crítico: Cuando llegó aquí a principios de los sesenta, Los Ángeles era un páramo cultural. ¿Qué le hizo trasladarse aquí?
Artista: Quería aprender a hacer surf y quería vivir cerca de la playa y mirar las chicas con biquini cada día.
Crítico: ¿En serio?
Artista: Había algo de eso. Pero también había algo de la cultura de Los Ángeles y el lugar que ocupa Los Ángeles dentro de nuestra cultura. Llamar a Los Ángeles, entonces o ahora, páramo cultural, es, en mi opinión, una gran catetada. Los Ángeles es la capital mundial de la cultura. Ninguna otra ciudad está cerca siquiera de serlo. Cuando digo cultura me refiero a la cultura contemporánea, no lo que importaba cincuenta, cien o ciento cincuenta años atrás. La cultura contemporánea es la música popular, la televisión, el cine, el arte, los libros. Las demás disciplinas, como la danza, la música clásica, la poesía o el teatro, no tienen un peso real, su público es reducido y tienen más de rareza cultural que de institución cultural. Cada noche ven la televisión más personas que las que asisten a todos los espectáculos de danza de todas las ciudades del mundo en un año. Se han vendido más compacts discs de rap y rock este año que de música clásica en los pasados veinte años. Y el cine, joder, el cine es asombroso. Apostaría a que la película más taquillera de este año ha recaudado más que todos los espectáculos de Broadway juntos, probablemente dos o tres veces más. Y lo único que rivaliza con la influencia que tiene el cine en nuestra cultura, y en la cultura del mundo, es la televisión y la música popular. Y todo ello, toda esa producción, todo ese ocio, toda esa cultura, viene de aquí. Yo no quería ser parte de Nueva York. No quería ser parte de un mundo artístico preexistente y estanco que no sabe que está desfasado. Quería ir al Nuevo Mundo, y me pareció que era este, porque llegará el momento en el que el arte y la literatura, que todavía están en Nueva York, seguirán al resto de nuestra cultura y vendrán aquí. Quería formar parte de la primera oleada de lo nuevo, ser parte de algo novedoso en lugar de algo que se estaba pudriendo, ir al lugar donde los demás tarde o temprano irían.
Crítico: ¿Y de verdad cree que eso es lo que va a pasar?
Artista: Ya está pasando. Ya nadie puede vivir en Nueva York porque es demasiado caro, de modo que vienen a vivir aquí donde todo sigue siendo relativamente más barato. Y el mundo de las galerías de Nueva York es demasiado cerrado. Se pagan enormes sumas por alquilar esos espacios gigantescos y se necesitan enormes sumas para mantenerlos abiertos. Eso obliga a exponer lo que se sabe que se venderá de forma inmediata, lo que desalienta la producción de obra nueva de calidad, porque solo se abren nuevos terrenos artísticos asumiendo riesgos y las galerías no pueden permitírselo. Si lo hacen y no se venden, que suele ser el caso de los jóvenes artistas que producen obra nueva, las galerías tienen que cerrar. Aquí en cambio corren riesgos y exponen obra por la que nadie más quiere apostar. Eso también atrae a los artistas, porque saben que aquí podrán exponer. Al final, por esta misma razón, porque la obra más novedosa se está produciendo y exponiendo aquí, todo acabará trasladándose aquí. Y la economía de la ciudad lo apoyará. Aquí hay un montón de capullos ricos que están dispuestos a invertir en arte. Los grandes coleccionistas acabarán abriéndose paso hasta nuestros museos, que rivalizarán con los de Nueva York, París, Roma o Madrid.
Crítico: ¿Cuánto cree que tardará en ocurrir?
Artista: Podrían ser diez, veinte, treinta años. Podría ocurrir de la mañana a la noche si los terroristas arrasan Nueva York. Pero pasará. Es inevitable.
Crítico: ¿Y dónde estará usted?
Artista: Podría estar aquí en este porche. O sentado en la barra de un bar. O bajo tierra. No lo sé.
Crítico: ¿Y su legado?
Artista: Fui el primero en llegar. Y vi venir todo”.


Otra razón por la que quizás haya decidido compartir este pasaje con vosotros es mi hartazgo de que, visto el derrumbe editorial, las voces que me aconsejan abandonar la literatura de viajes se estén multiplicando. Un argumento recurrente es: ¿A quién le interesa lo que escriba un autor español sobre China o Mozambique? Podría pensar que es verdad. Que si fuera inglés o estadounidense o francés o alemán y blablablá... También podría pensar que “El Centro del Mundo” continúa siendo Nueva York. O que el mundo que tenemos es el que es y por mucho que un puñado se manifieste o trabajen con cuidado de manera silenciosa, nada fundamental cambiará. Pero ocurre que no lo pienso. Que creo que hay cosas que suceden en lugares donde aún pocos están mirando, y que desde ahí llegará una canción diferente que muchos, cada vez más, decidirán entonar. 

César Manrique está aquí



Mientras ultimo En la Barrera, el libro que en breve publicará Altaïr, el nombre de César Manrique ha vuelto a la actualidad. Debo tanto a ese artista que incluso me lo llevé de viaje por la Gran Barrera de Coral australiana de modo que en breve volverá a hablar desde algunas páginas que escribí allí.
De momento, ahí va un pequeño homenaje a un auténtico maestro. Son palabras que dijo él:

“La consciencia del milagro de la vida y su brevedad me han hecho ver claramente que el sentimiento trágico de nuestra existencia nos empobrece”.

“Cuando un ser no es capaz de amar, de realizarse creativamente, está en manos de la destrucción”.

“El comprender la belleza y el saber de su armonía es la clave del secreto universal. Ella nos eleva a los estratos superiores y nos impone la atención hacia el desarrollo de la energía de la vida, las plumas de las simples aves, la increíble finura del ala de una mosca, el complicado mecanismo de un ojo, la concisa estructura de las fibras de una hoja seca”.

“He sido un hombre y feliz: no hay destino más hermoso; y, desde luego, no me preocupa que los haya más literarios”.

“¿Cuándo será consciente el hombre de su torpeza suicida, rentable pero mortal?”.

“Creo que hay que potenciar urgentemente las características de cada lugar del planeta, si no, tendremos en el futuro próximo una cultura estándar aburrida y sin posible fantasía de creatividad”.

“En el sistema orgánico de la naturaleza, en su potente razón oculta, he encontrado la verdad más trascendente”.

“En esta trepidante y vital energía del cosmos está contenido un insuperable espíritu matemático, orgánica simetría, conceptos extraordinarios del diseño, precisión absoluta y obstinada diversidad de belleza, despilfarro total de millones de facetas esteticistas, y una gigantesca inteligencia creadora, capaz de abarcar toda capacidad de vuelo, de estatismo, de movimiento, de complicadas pero perfecta máquinas capaces de toda posibilidad de programación”.

“Lo único que intento lograr es asociarme con la naturaleza, para que ella me ayude a mí y yo ayudarla a ella”. 

Pronto, más en En la Barrera

Eurovegas, Barcelona, ¿hipocresía?



Después de ver el informativo matutino de TV3 parece evidente que Eurovegas no se levantará en territorio barcelonés... y quizá sí en madrileño. Como podréis intuir por una entrada anterior en este mismo blog, la solución no era mi preferida -se queda en España, parece- pero al menos habrá bastantes kilómetros entre el engendro y este escritorio, concediendo a mis vecinos la posibilidad de imaginar propuestas más saludables -espero- para enfrentar la crisis.

Sea como sea, el Telenotícies Matí ha sido de los memorables, casi podían verse los brazos de los políticos tocando teclas, en plan pulpo eso sí, porque la manera de informar denotaba menos sutileza que rabia, frustración y envidia. Por una parte, ha aparecido un abad obervando que los casinos suelen comportar ludopatía, prostitución, etcétera, y que ése no parecía el camino más recomendable para salir de la crisis. Estamos de acuerdo. Insisto en que yo mismo he escrito al respecto. La pregunta es: en el caso de quedarse Eurovegas en Barcelona, ¿se emitirían esas declaraciones tan contundentes contra su creación? Puede que sí, porque al fin y al cabo TV3 es una televisión considerablemente fiable -para mí, durante muchos años, la mejor del estado español... de las que conozco-, pero vistos lo último cambios directivos digamos que la pregunta no podía dejar de hacérmela.

La constatación de la nueva campaña antiEurovegas, la casi seguridad de que esa información difícilmente se hubiera dado como se ha dado en el caso de que el casino recalara en Barcelona, ha sido cuando -¡ahora sí!- se han enumerado los casos ocuros en los que se ha visto involucrado el magnate Adelson. Antoni Bassas informaba desde Nueva York. Así que de nuevo, qué le voy a hacer, me he preguntado si esta información y las del abad podrían coincidir en un mismo Telenotícies en el caso de que Eurovegas tuviera previsto aterrizar en Catalunya.

Si resulta que Barcelona "gana" Eurovegas, voy a aplaudir a los equipos informativos de TV3 durante dos días seguidos como penitencia a este artículo que extiende la sospecha sobre ellos. Si Barcelona "pierde" Eurovegas voy a pensar que estas dudas que ahora planteo eran de lo más razonables y que los políticos y los medios de comunicación han vuelto a demostrar la magnitud de su hipocresía. Y que nos mienten nos ocultan nos engañan nos suben los impuestos y luego, después de estimularnos a ser del Barça y apoyarlo en los momentos difíciles -aunque el partido acabe a las 00:15 de la madrugada, tranqui Barça que estamos contigo- nos dejan sin transporte público para volver a casa después del partido (esto también salía en el Telenotícies, conste). Barcelona, quo vadis?

Mecas de las Tragaperras



Hace unos días, un equipo de Antena 3 me entrevistó a propósito de la competición entre Madrid y Barcelona para albergar los casinos –y todo lo demás- de EuroVegas. Sheldon Adelson, el magnate que lidera el proyecto, ha abierto casinos en Macao y como en Los mares de Wang yo había escrito sobre la pasión por el juego en aquella ciudad, me incluyeron en el reportaje.
Expliqué que había visitado el Sand, uno de los nuevos casinos de factura USA, aunque sin saber si pertenecía a Adelson. Y, por supuesto, el legendario Lisboa regentado por el enigmático aunque omnipresente Stanley Ho. También hablé sobre cómo una confusión me había llevado a un hotel cercano en busca de una amiga que trabajaba allí como camarera -o eso me había dicho ella-, y detallé cómo estuve describiéndosela a uno de los empleados hasta que mi interlocutor interpretó que yo quizás era demasiado tímido para expresar claramente mis deseos y decidió facilitarme el terreno. Así, me condujo a una habitación donde los sofás se enfundaban en terciopelo y la luz era evidente y suavemente roja antes de mostrarme un catálogo de chicas en posturas de indudable objetivo para que, si no daba con mi presunta ”amiga”, eligiera la que más me gustara.
El periodista de Antena 3 preguntó varias veces si pensaba que aquello iba a ser un buen negocio, si creía que España ingresaría importante beneficios, y mi respuesta fue que sí. Eso parece más bien seguro: los beneficios económicos. Como ejemplo puse a los indios de las reservas estadounidenses y los de las reservas aborígenes australianas, que habían recurrido igualmente al juego para salir adelante, y sus casinos demostraban que el negocio funcionaba. Por otra parte, Macao, ex capital de piratas, había amortizado con ingenio sus conocimientos históricos para seguir ingresando enormes cantidades de dinero de un modo atípico, moviéndose en los últimos márgenes de la ley. La diferencia con sus antepasados era que los piratas actuales habían prosperado hasta la legalidad.
En cuanto a Las Vegas, estaba en un desierto y, dueña de sus propias normas, despuntaba como Gran Meca de las Tragaperras Global.
De modo que entre los grandes complejos mundiales del juego teníamos dos reservas de aborígenes, una capital pirata venida a más y una ciudad aislada en tierra de nadie. Y ahora, Barcelona y Madrid se disputaban el derecho a entrar en aquel exótico equipo. La situación de los compañeros de viaje ayuda a redimensionar el lugar que nuestros políticos buscan para España en el mundo. Después de fracasar como camareros planetarios, apuestan por bajarse al escalón de los exprimidores de ludópatas. Hay que sobrevivir, es su argumento. La pregunta emerge tan sencilla: y después, ¿qué?

La potencia no admite jaulas

Jaulas rotas, de Ángel Mateo Charris, y Le peintre avec pinceau bleu, de Miquel Barceló, fueron las obras que elegí comentar esta semana en el Artium de Vitoria. Podía escoger cualquiera de las expuestas en la colección permanente, y ésas fueron las que no me pude quitar de la cabeza. En realidad debía escoger una pero me pareció que ambas se complementaban muy bien y los organizadores admitieron saltarse un poco la regla. Por un lado está el tríptico Jaulas rotas, con ese hombre abandonando el escenario al aire libre bajo el que ha bailado al son de críticos, surrealistas, futuristas, expresionistas e istas istas istas... hasta darse cuenta de que el baile le agotaba –quizá por sonar repetitivo- y el aire era engañosamente fresco. Su reacción consiste en salir de la vistosa jaula... o casi, porque en el óleo sobre tela del pintor murciano, el hombre aún no ha pisado el desierto que se extiende ante él. Está a punto, sí, pero tiene las piernas rectas y juntas, un poco temeroso o nostálgico tanto de lo que abandona como de lo que está por venir. Quizás también esté asombrado ante la magnitud de su propia iniciativa, de lo que implicará su siguiente paso: despreciar la comodidad para lanzarse a un mundo sin nombres de referencia ni objetos reconocibles, quizá sin objetos. Lanzarse a la aventura.
Kike y Elena me permitieron descender al sótano donde se conserva la colección permanente y allí pude apreciar la magnitud del tríptico, impresionarme de otra forma con sus colores y envergadura, y percibir que el inminente viajero lleva gafas. Un dato significativo, observando el espacio saturado de referencias que deja atrás.


Jaulas rotas es la obra con la que mejor pude identificar mi recorrido creador (el requerimiento de Artium consistía en establecer paralelismos con la obra propia, vincular de alguna manera la imaginación del artista plástico con la del escritor conferenciante). A través de Jaulas rotas pude hablar de por qué me decidí a firmar como Gabi; de la necesidad de experimentar con la no ficción; o de cómo un escritor versadísimo en las subastas de arte, Bruce Chatwin, vino a renovar el enquistado paisaje de los libros de viajes.
A raíz de Chatwin me animé a avanzar cuatro palabras sobre la obra que Altaïr publicará creo que en septiembre, En la Barrera. Se trata del viaje que hice siguiendo la Gran Barrera de Coral australiana, si bien en este libro he tratado de obviar muchas convenciones aún vigentes en el género y recoger el testigo de Chatwin. Un testigo que, por extraño que parezca, continúa en el suelo después de demasiadas décadas. Me refiero a la iniciativa de hacer vanguardia con un género que casi parece condenado a la estructura parto de un lugar–sigo un trayecto-llego a un destino. Estructura que se mantiene imperialmente incluso después de Chatwin, cuya propuesta sigue apareciendo como una auténtica anomalía del repertorio viajero.
En la Barrera es un libro escrito con todo el respeto por la tradición y toda la ambición del que aspira a enriquecerla. Despreocupado del qué dirán, después de observar cuántas cosas se dicen. Impulsado por esa potencia que de algún modo transmite Le peintre avec pinceau bleu de Barceló: la necesidad de entregarte a la creación, de vivir en ella, de prolongarte. Tú con tu obra y con todos los que tuvieron una. Una de verdad.


El pintor de Barceló se sostiene en un brazo como un pilar, como una columna acabada en una mano que se apoya en el suelo abiertamente. Ese pintor adopta una postura tensa, entre la carrera y la contemplación de lo que crea. Funde la fuerza física y la de la imaginación, destiladas en la brocha, el miembro, que gotea su semilla azul hecha del cielo y el mar, puede que el Mediterráneo.
En realidad, ese cuadro Barceló lo pintó siendo joven pero yo lo adopto ahora, cuando me siento más amo de mi fuerza. Durante mucho tiempo pensé que la opinión de los demás me importaba menos de lo que me importaba. Desde hace unos años ya no es así. Hay suficiente obra detrás, y aprendizajes, para encerrarme con mi pincel azul a destilar mundos que pretendo compartir con quien me preste su curiosidad, con quien desee acercarse. Y lo demás queda afuera. 
Por cierto. En las últimas horas de Vitoria conocí a Miguel Gutiérrez. 34 años y autor de algunos libros de viajes que defendía con modestia. Con La aventura del Muni (Ikusager, 2010) ganó nada menos que el Premio Internacional Camino del Cid. Para escribirlo fue a Guinea Ecuatorial tras los pasos del explorador Manuel Iradier. Como Miguel me invitó a visitar su biblioteca, pude ver la reproducción a escala un poco mayor que la humana del propio Iradier, custodio entre simpático e inquietante de unas estanterías donde se apoyaban arcos, gorros, rifles...
La biblioteca de Miguel se centra en los libros de viajes y debe ser de las más lucidas de este país. Da envidia, enormes ganas de poseerla (cuando la posesión de lo ajeno no es una debilidad mía... pensaba). Parece que el padre de Miguel es un fan de la exploración geográfica que supo transmitir su delirio, y entre los dos, mano a mano, siguen aumentando los volúmenes rescatados de anticuarios y sociedades geográficas y hasta basuras. Miguel es otro de los que van a alimentar el género a conciencia, basta escucharle. Si alguien quiere convencerse de algún otro modo de la grandeza de los libros de viajes, una última sugerencia: El Tao del viajero (Alfaguara), de Paul Theroux. No te arrepentirás. 
Para saber más sobre las obras comentadas, ambas están descritas y expuestas en la web del centro.

Almería: Kapuscinsky y abejorros


Regreso de Almería con el ánimo alto. Presentar mis “gigantes” ha sido el argumento para asomarme al “mar de plástico” justo el día que se cumplía un año del fatal brote de Escherichia coli, la bacteria que puso en jaque a la industria del pepino español.
Denominar “mar de plástico” a los kilómetros de invernaderos que tapizan el suelo almeriense se revela aún más acertado cuando se sobrevuela el territorio. Ahí abajo, tomates, pepinos, lechugas, calabazas, naranjas... crecen controlados por tecnologías de vanguardia bajo estrictos controles sanitarios.
Rodrigo, mi cicerone durante la visita, trabaja con la Fundación Cajamar estimulando entre otras cosas los estudios agropecuarios para obtener los mejores productos amortizando al máximo las ínfimas cantidades de agua que riegan esa parte de la península. Cabo de Gata, visible desde el faro que preside la Casa de las Mariposas donde se asienta la Fundación, es el lugar de España que paga el agua más cara. Por eso, se han analizado las cantidades de agua que necesita por ejemplo un tomate para no padecer estrés. “¿Cuatro gotas al día? –dice Rodrigo-. Pues se le aplican cuatro gotas. Ni una más. Lo justo para que crezca sano y no se desperdicie el agua”.
La precisión y el cuidado han llevado a promover colmenas para que actúen en el interior de los invernaderos. Los abejorros, polinizadores esenciales –“Si las abejas murieran el mundo desaparecería en cuatro años”. Albert Einstein- y versátiles, han sido “contratadas” por los invernaderos para rebajar a cero el uso de fertilizantes. Ahora son ellas las encargadas de limpiar las frutas y hortalizas comiéndose a los bichos promotores de plagas, polinizando lo que haya que polinizar. Como cualquier otro obrero, los abejorros salen de su colmena, realizan sus tareas diarias y regresan a la colmena adaptada por la empresa. El uso de abejorros para higienizar invernaderos es una práctica cada vez más extendida. La Fundación Cajamar promueve cosas así, además de foros a los que invita por ejemplo al estupendo economista Antón Costas.
Actualmente trabajan en la creación de jardines que se levanten como muros vegetales para proteger a los invernaderos, y a las propias abejas, de ataques exteriores.



Por la noche, tras una charla en la que el público se implicó, una señora muy rubia me abordó para contar que se llama Eva, que está jubilada y que lleva tres años viviendo en Almería porque Ryszard Kapuscinsky, a quien conoció, se lo había aconsejado.
-Yo dudaba entre instalarme en México o Almería. “Eva –me dijo él- tú quieres estar sola y por eso y por el clima y por como tú eres, yo de ti me iría a Andalucía. Quizás a Almería. Es una ciudad pequeña y agradable. Allí puedes vivir muy bien sin los almerienses”. De todos modos, primero fui a México. Me encantó. Pero luego vine aquí, a ver si Kapuscinsky tenía razón. Y mira, ya llevo tres años.
Después, cené con Rodrigo y Marcela, precisamente una mexicana que trabaja en la Fundación. Además de por el salmorejo y los gurullos con jibia, fue una velada intensa en la que hablamos de ciertas similitudes entre los que controlan el dinero en México y en España. Marcela, muy interesada en acciones de la sociedad civil, dijo que de España le había llamado la atención que muchas –pero muchas- organizaciones de apoyo a las personas se creaban desde instancias oficiales... y después la gente se sumaba a ellas o no. Mientras que en el propio México son los ciudadanos los creadores. No necesitan el permiso oficial. “Creo que España arrastra aún demasiadas cosas de la dictadura”, dijo Marcela.

¿Ira o indignación?



Impresiona la vigencia de Las uvas de la ira. Sobre todo, esa llamada a gritos a la rebelión. ¿Ira o indignación? Antes eran más contundentes. O quizá es que hoy, incluso al rabiar, se prefiere el eufemismo. Si no es así, si estamos sincera y sencillamente indignados, aún queda mucho que hacer para un cambio de verdad.
Ahí van unos fragmentos de Steinbeck:

“¿Cómo se puede asustar a un hombre que carga con el hambre de los vientres estragados de sus hijos además de la que siente en su propio estómago acalambrado? No se le puede atemorizar, porque este hombre ha conocido un miedo superior a cualquier otro”.

“Cuando hay una mayoría de gente que tiene hambre y frío, tomará por la fuerza lo que necesita. Y el pequeño hecho evidente que se repite a lo largo de la historia: el único resultado de la represión es el fortalecimiento y la unión de los reprimidos. Los grandes propietarios hicieron caso omiso de los tres gritos de la historia”.

“Los grandes propietarios formaron asociaciones para protegerse y celebraron reuniones en las que discutían formas de intimidación, de asesinato, de gasearles”.

“Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero pon que haya cien hombres. Supón que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. Que por diez miserables centavos se pueda comprar una caja de gachas para los niños. Imagínate que por cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo”.

“Las compañías poderosas no sabían que la línea entre el hambre y la ira es muy delgada. Y el dinero que podía haberse empleado en jornales se destinó a gases venenosos, armas, agentes y espías, a listas negras e instrucción militar. En las carreteras la gente se movía como hormigas en busca de trabajo, de comida. Y la ira comenzó a fermentar”.

Video Premios Continuarà 2012

Foto de César Royo Gascón


El programa entero sobre la entrega de premios Continuarà 2012 aquí

Cuatro días

Los últimos cuatro días han sido singularmente intensos, con tanta gente del meollo literario coincidiendo en cócteles y carpas y fiestas y así. Ahí van unos cuantos momentos significativos: Drac Party. Noche, CCCB. Después de bailar un rato al ritmo de Milo J. Krmpotic, varios editores extranjeros coinciden en señalar que las novelas basadas en hechos reales son “de lo más interesante que actualmente se está escribiendo en Europa”, una de esas afirmaciones suficientes para crear una corriente de simpatía que alarga la charla durante más de una hora.

Premi Continuarà 2012. Casa Fuster. Tarde. Recibo un premio de chocolate que se va deconstruyendo a lo largo de la velada. Varios amigos participan del mismo. Se lo dedico a los periodistas que aún se esfuerzan por comunicar con el máximo rigor posible lo que está ocurriendo ahí fuera, pese a las inclemencias políticas y económicas del sector; y a los editores que han confiado a lo largo de estos años no sólo en mi literatura sino también en una idea, un proyecto, que pasa por aupar a la literatura de viajes y al periodismo literario a un lugar más visible. En esos dos géneros, en su visibilidad, se asientan los pilares de una sociedad y una literatura más libres.
Desde el balcón del hotel, mi gran gran amigo Gerardo Marín -responsable de Santillana en Barcelona- y yo ofrecemos el premio al cielo nublado de Barcelona. Hacemos el tonto sin ponernos rojos.
Agustí Villaronga y Mario Torrecillas han bajado expresamente de la montaña para comerse un trozo de premio. Me hacen considerablemente feliz.



Sant Jordi. Mañana. La foto de grupo a la que condenan a los escritores que firmaremos en Sant Jordi es un calvario semejante a las mañanas en el metro de Tokio. Creo que será mi última vez. 
La firma más exótica se produce en un Corte Inglés barrido por el viento demasiado fuerte y frío, sólo abrigado, a la derecha, por las guionistas de Gran Hermano; a la izquierda, por la ideadora del programa Supermodelo. Eso sí, conozco al escritor Juan Sardà, un trotamundos dotado para la ciencia ficción. En este lugar, la inspiración le puede llegar fácilmente.

Sant Jordi. Tarde. He visto a algunos amigos y firmado libros que publiqué en años anteriores, eso hace ilusión. Acabo en la Fnac, mirando al público que mira a los que estamos “encarpados”. Cuatro individuos se han sentado en un banco tras el cordón de seguridad y se dedican a escrutarnos durante una hora. También ven a mi hijo, Gael, sentado en mis muslos. Los espectadores nos observan como a una especie de gorila y su cría. El pequeño gorila dedica el primer libro de su vida. Al lado, Palahniuk tiene una cola envidiable. Ese hombre despierta auténticas ganas de lucha.

Sant Jordi. Noche. En el Dry Martini dan copas y de cenar. Entre otras cosas, hay platos de garbanzos. Somos varios los escritores con cuchara. Hay cosas que no cambian nunca.

Post Sant Jordi. Doy la última clase en el Máster de Periodismo de Viajes de la UAB. Ha consistido en un minicurso titulado Escribir Viajes en el siglo XXI. Una experiencia satisfactoria en la que he insistido en la importancia de la fantasía para describir la realidad.