Solar;
Ian McEwan; Anagrama; 352 pág.
Hay
personas, objetos, ciudades, a las que el paso de los años sienta extrañamente
bien. Algunas ya eran interesantes, o incluso atractivas, y el tiempo las ha
matizado con una capa de algo vinculado a la elegancia o el saber estar o la
sabiduría o la calma, algo que en cualquier caso las dota de un gancho aún más
fascinante.
La
literatura de Ian McEwan ha ido evolucionando así, de modo que Solar es
una novela que a estas alturas le sienta muy bien a su autor. Una razón puede
ser que Solar se cuente entre esos poquísimos libros que parecen
escritos como el que no quiere la cosa, y a esto ayuda el refinado, a la vez
que contundente, sentido del humor con el que el protagonista Michael Beard
avanza entre asombrosos accidentes genitales, algún muerto, corrupción,
indignidad y un casi apocalíptico análisis del mundo, ecológicamente hablando.
Como
quien no quiere la cosa, Mc Ewan elige a un premio Nobel de física para
desmantelar cualquier idea del mundo preconcebida, porque partiendo de
situaciones más o menos cotidianas demuestra una vez tras otra tras otra tras
otra lo sencillo que es que nada ocurra como esperas. Y que surjan confusiones
que de tan monstruosas hasta pueden sonar divertidas. Y que una opción ante la
impostura del mundo y la mala fe y la idiotez que se extienden tan campantes,
es la burla sonriente.
Michael
Beard es tan entrañable como mezquino, y ahí su gracia, enorme gracia, porque
así somos todos. Tras estar en la cúspide del stablishment científico
gracias al premio Nobel, ahora languidece y engorda apoltronado en las rentas
de aquel triunfo ya remoto. La relación con su mujer prolonga el aire soso.
Hasta que una serie de malentendidos y ¿desafortunados? azares le van a
permitir recobrar su fama y renovar su prestigio... sin merecerlo demasiado, en
realidad... y a costa de un hecho catastrófico. Pero, ¿cómo renunciar a la
oportunidad? Digamos que Beard se deja llevar, como tantos, y la deriva le
arrastrará hasta puertos de vario tipo, poco agradables al final. Bueno. Él lo
encaja con parsimonia. Qué le vamos a hacer. El engaño forma parte del juego,
pagar el pato también, y cuando el castigo remita, que no tardará en hacerlo,
ya seguirá con su vida. Cono todo el mundo.
Y así
va McEwan, describiendo la calma con la que engañamos y aceptamos la vergüenza
sirviéndose de esta especie de antihéroe, un personaje antológico. En Solar
se aporrean algunas posturas progresistas trasnochadas, se llama a los
posmodernos “ideólogos con orejeras”, se afirma que la igualdad de géneros es una quimera en cuanto que no es
genéticamente posible y se mantienen diálogos de una actualidad polémica y
estimulante, entre otras muchas cosas expuestas con la tranquilidad del
veterano que las ha visto de muchos colores y no se corta a la hora de expresar
sus opiniones. Como quien no quiere la cosa. Guantazo aquí, carcajada allá, un
muerto ahora, un poema después, y la novela que crece y crece mostrándonos el
mundo como es. Mostrando lo fácil y absurdo que es pasar de ser Nobel a proscrito,
y cómo los mismos que te lapidaron cuando tocaba, superado un lapso de
prudencial amnesia, son capaces de relanzarte al estrellato. Solar
también habla de la voracidad impía de los tabloides, de su hambre de
escándalo, de cómo los rumores pueden hundirte hoy y de que todo ese mundo
público resulta tan falso que vale la pena reírse de él y seguir a la tuya. Y
solo tuya. Al mundo, que le dén.
McEwan,
frase a frase, logra un libro de una fluidez envidiable que podría catalogarse
como comedia de enredo de no ser tan dramática. Es tan interesante en la acción
y en los pasajes puramente narrativos como en las ideas que desliza, y en este
sentido señalar el hincapié que se hace en la necesidad de mejorar la salud del
planeta, recurriendo por ejemplo a energías como la solar. De ahí el título. De
ahí la teoría que cambiará el ritmo de vida de Beard.
Al final, uno desearía llegar a viejo con la
soltura y el humor afiladísimo de este narrador asombroso que se mueve como
nadie en el terreno de lo impensable pero factible. Y narrar historias como sin
querer, pero llevando a la audiencia hasta el final, como hacía antes alguna
gente reunida entorno a hogueras.
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