> Una mañana radiante de James Frey | Gabi Martínez

Una mañana radiante de James Frey




Una mañana radiante (Mondadori) de James Frey es uno de esos escasos libros capaces de ir detonando ideas, una tras otra, mientras avanzas en él. Se publicó en España en 2009 así que lo he leído ya lejos del globo promocional y sin más motivo que el haber ido descartando otras lecturas que empezaba y, después de unas cuantas páginas poco convincentes, cerraba enfadado o aburrido o desilusionado o planteándome el sentido de escribir literatura.
De James Frey sabía que firmó una polémica autobiografía donde al parecer falseó algún episodio decisivo. También había curioseado algo en el personaje, desde luego que mucho más que en la obra, y me atreví con este libro quizá por ver cómo resolvía el abordaje de una ciudad como Los Ángeles. Mezclar historias de ficción con datos estadísticos e historias internas de la ciudad protagonista es algo con lo que yo mismo estoy trabajando –pronto lo veréis en En la Barrera (Altaïr)- así que la idea, de entrada, me enganchó.
Escribir sobre lugares es mucho más complejo de lo que bastantes creen. Me di cuenta al coordinar colecciones literarias “de viajes” en las que estupendos escritores de novelas y relatos ofrecían narraciones carentes de, como mínimo, la chispa que caracterizaba el resto de su obra. A partir de ahí comencé a apreciar aún más los libros que lograban aprehender la esencia de los lugares... a través de las personas, por supuesto... pero la esencia de los lugares.
Para mí, una clave al sentarte a escribir es la estructura y el punto de vista, que de algún modo deberían ayudar a entender mejor el sitio que vas a explicar. ¿Qué forma tiene esta ciudad? ¿Qué ofrece? ¿Cómo voy a enfocar ese magma? La fórmula que encuentra Frey se presume muy adecuada a Los Ángeles, por ejemplo. Mezcla la Historia de la gestación y encumbramiento de la ciudad con las tramas particulares de sus protagonistas, además de suministrar avalanchas de información y fragmentos ensayísticos o incluso entrevistas que encajan naturalmente en el retrato que levanta. La puntuación corta refuerza la frialdad de una exposición que a fin de cuentas no necesita adjetivos porque los datos y los hechos se bastan para crear la atmósfera entre apabullantemente opresiva y, de vez en cuando, solo de vez en cuando, algo esperanzadora. Frey te hace sentir el peso de la ciudad. Su carácter. Sales de la novela percibiendo que ahora sabes algo un poco más verdadero de Los Ángeles, y que te lo han contado de una de las mejores maneras que te lo podían contar. También sales con la sensación de haber vivido una experiencia distinta, de haber aprendido algo, y de que el autor está impulsado por una libertad y sabiduría que probablemente se desprenda de esa misma metrópolis.
En literatura no es común la impresión de haber enfrentado una obra de arte con al menos un toque vanguardista, y que funcione. Este es un coto reservado a pocos. Por lo tanto, dar con una obra así puede provocar alegría genuina, que es la que yo he sentido. Aún más cuando, dentro del único apartado en el que la obra viene más o menos a explicarse a sí misma (de manera camuflada), Frey expone ideas tan cristalinas como agresivas que, compartas o no, te hacen pensar:


“Crítico: Cuando llegó aquí a principios de los sesenta, Los Ángeles era un páramo cultural. ¿Qué le hizo trasladarse aquí?
Artista: Quería aprender a hacer surf y quería vivir cerca de la playa y mirar las chicas con biquini cada día.
Crítico: ¿En serio?
Artista: Había algo de eso. Pero también había algo de la cultura de Los Ángeles y el lugar que ocupa Los Ángeles dentro de nuestra cultura. Llamar a Los Ángeles, entonces o ahora, páramo cultural, es, en mi opinión, una gran catetada. Los Ángeles es la capital mundial de la cultura. Ninguna otra ciudad está cerca siquiera de serlo. Cuando digo cultura me refiero a la cultura contemporánea, no lo que importaba cincuenta, cien o ciento cincuenta años atrás. La cultura contemporánea es la música popular, la televisión, el cine, el arte, los libros. Las demás disciplinas, como la danza, la música clásica, la poesía o el teatro, no tienen un peso real, su público es reducido y tienen más de rareza cultural que de institución cultural. Cada noche ven la televisión más personas que las que asisten a todos los espectáculos de danza de todas las ciudades del mundo en un año. Se han vendido más compacts discs de rap y rock este año que de música clásica en los pasados veinte años. Y el cine, joder, el cine es asombroso. Apostaría a que la película más taquillera de este año ha recaudado más que todos los espectáculos de Broadway juntos, probablemente dos o tres veces más. Y lo único que rivaliza con la influencia que tiene el cine en nuestra cultura, y en la cultura del mundo, es la televisión y la música popular. Y todo ello, toda esa producción, todo ese ocio, toda esa cultura, viene de aquí. Yo no quería ser parte de Nueva York. No quería ser parte de un mundo artístico preexistente y estanco que no sabe que está desfasado. Quería ir al Nuevo Mundo, y me pareció que era este, porque llegará el momento en el que el arte y la literatura, que todavía están en Nueva York, seguirán al resto de nuestra cultura y vendrán aquí. Quería formar parte de la primera oleada de lo nuevo, ser parte de algo novedoso en lugar de algo que se estaba pudriendo, ir al lugar donde los demás tarde o temprano irían.
Crítico: ¿Y de verdad cree que eso es lo que va a pasar?
Artista: Ya está pasando. Ya nadie puede vivir en Nueva York porque es demasiado caro, de modo que vienen a vivir aquí donde todo sigue siendo relativamente más barato. Y el mundo de las galerías de Nueva York es demasiado cerrado. Se pagan enormes sumas por alquilar esos espacios gigantescos y se necesitan enormes sumas para mantenerlos abiertos. Eso obliga a exponer lo que se sabe que se venderá de forma inmediata, lo que desalienta la producción de obra nueva de calidad, porque solo se abren nuevos terrenos artísticos asumiendo riesgos y las galerías no pueden permitírselo. Si lo hacen y no se venden, que suele ser el caso de los jóvenes artistas que producen obra nueva, las galerías tienen que cerrar. Aquí en cambio corren riesgos y exponen obra por la que nadie más quiere apostar. Eso también atrae a los artistas, porque saben que aquí podrán exponer. Al final, por esta misma razón, porque la obra más novedosa se está produciendo y exponiendo aquí, todo acabará trasladándose aquí. Y la economía de la ciudad lo apoyará. Aquí hay un montón de capullos ricos que están dispuestos a invertir en arte. Los grandes coleccionistas acabarán abriéndose paso hasta nuestros museos, que rivalizarán con los de Nueva York, París, Roma o Madrid.
Crítico: ¿Cuánto cree que tardará en ocurrir?
Artista: Podrían ser diez, veinte, treinta años. Podría ocurrir de la mañana a la noche si los terroristas arrasan Nueva York. Pero pasará. Es inevitable.
Crítico: ¿Y dónde estará usted?
Artista: Podría estar aquí en este porche. O sentado en la barra de un bar. O bajo tierra. No lo sé.
Crítico: ¿Y su legado?
Artista: Fui el primero en llegar. Y vi venir todo”.


Otra razón por la que quizás haya decidido compartir este pasaje con vosotros es mi hartazgo de que, visto el derrumbe editorial, las voces que me aconsejan abandonar la literatura de viajes se estén multiplicando. Un argumento recurrente es: ¿A quién le interesa lo que escriba un autor español sobre China o Mozambique? Podría pensar que es verdad. Que si fuera inglés o estadounidense o francés o alemán y blablablá... También podría pensar que “El Centro del Mundo” continúa siendo Nueva York. O que el mundo que tenemos es el que es y por mucho que un puñado se manifieste o trabajen con cuidado de manera silenciosa, nada fundamental cambiará. Pero ocurre que no lo pienso. Que creo que hay cosas que suceden en lugares donde aún pocos están mirando, y que desde ahí llegará una canción diferente que muchos, cada vez más, decidirán entonar. 

3 comentarios:

Miguel Gutiérrez-Garitano dijo...

Interesante; en Londres uno se paa por Daunt books y se planta frente a una concurrida pared llena de libros de viaje, que al público anglosajón le encantan. Pero aquí...La curiosidad es un fuego que nunca llegó a prender.

Miguel Gutiérrez-Garitano dijo...

Interesante; en Londres uno se pasa por Daunt books y se planta frente a una concurrida pared llena de libros de viaje, que al público anglosajón le encantan. Pero aquí...La curiosidad es un fuego que nunca llegó a prender.

Jorge Ramiro dijo...

Me encantan los libros de viajes ya que soy de viajar mucho y averiguo hacia donde ir. Cuando puedo obtener pasajes baratos a un sitio no lo dudo y los compro para viajar económicamente a un lado