Hablar de la vida normal con normalidad embaucadora es una de las aspiraciones, creo, de un gran número de novelistas, a la vez que un coto reservado a los mejores. Y a ese podio se aúpa a partir de ya a Dana Spiotta, quien con Stone Arabia (Blackie Books) se revela como la pareja (literaria) perfecta de Jonathan Franzen. Sus libros podrían convivir, formar matrimonio. Se entienden, comparten frecuencias y una forma de mirar a la familia y su entorno inmediato que radiografía a la sociedad occidental tan esencialmente que lo difícil es no identificarse –no importa que sea de manera desigual- con casi cualquiera de sus personajes. Spiotta retrata nuestra cotidianeidad urbanita de un modo tan cercano que por momentos me ha parecido que vivía conmigo –o que era yo-. Aunque lo que contaba era la vida de su hermano Nik... y la de ella.
Stone
Arabia está
narrada por Denise, mujer sin atributos destacables que se conforma más o menos
con lo que la vida le va dando y admira a un hermano que en su día logró
ciertos triunfos musicales pero que desde hace varios años ha optado por
mantenerse al margen de la opinión de los demás, construyendo sus propias
críticas y noticias –es decir, escribiéndolas él mismo en una colección de
Crónicas que sólo deja leer a sus más allegados- y evolucionando musicalmente
en una línea tan personal que expulsa hasta a la mayoría de sus antiguos fans.
Sin importarle. El solipsismo de Nik, su indiferencia al qué dirán y su
devoción irremediable por el hecho de crear y el consumo de drogas, son
realidades asumidas por una Denise que conoce mejor que nadie a Nik y aun así
él a menudo la sorprende. También con sus melodías y las letras de unas
canciones en las que ella se reconoce y reconoce el mundo por más que otros hablen
de sinsentidos.
Observándole,
apoyándole, Denise se pregunta por la razón de las adicciones percibiendo que
ella misma necesita necesita necesita una constante conexión
con la burbuja exterior: navegar por internet, recibir llamadas, el impacto de las
noticias e imágenes que se cuelan por todas partes, abrumándola,
desconsolándola, pero haciendo que se identifique con personas a las que no
conoce mientras busca respuestas o sabiduría o a saber qué mediante esas
experiencias “distantes”.
La destreza de Spiotta para agrupar
sentimientos y sensaciones y expresarlos todos del modo más reveladoramente
simple es atípica y mayúscula. Posee el don de la facilidad para abrazar el día
a día incluso en sus detalles más nimios, iluminando muchos de esos rincones y
momentos cotidianos de apariencia trivial pero que en su mano adquieren un
valor, un significado. Nos recuerda cómo nos influyen esas letras pequeñas,
esos impactos de luz, esos sonidos de fondo, y cómo nuestro carácter también se
forja con ellos, a la vez que expresa magistralmente esa sensación de “asfixiar
lentamente el tiempo” que se apodera de tantos de nosotros cuado caemos en las
redes de unas pantallas que nos colman de un aparente todo que es casi nada.
El afán por almacenar recuerdos tiene en
Denise otra espoleta: comprende que envejece, su madre ha empezado a olvidar
cosas y ella, aunque en menor grado, también. Y como no quiere que lo mejor –y
tampoco lo peor- de la vida se borre de su memoria para siempre, y aunque ni
siquiera sepa distinguir cuál es el regalo escondido, no deja de buscar
historias que la emocionen y la hagan sentir y la vinculen a todo esto, a los
demás.
La actualidad vertiginosa que a veces se
disparata está enterrando los jóvenes años locos en los que el futuro no
existía, y al tratar de preservarlos, Denise pasea por la escena punk y pop del
Los Ángeles de los 80, adentrándose desde allí en las interioridades
psicológicas de su hermano artista de un modo que puede recordar a algunos
pasajes del Houellebecq de El mapa y el territorio, si bien se extiende
hiperbólicamente al detallar el mundo creativo de Nik dedicando demasiadas
páginas a enumeraciomes de grupos y tipos de música y elucubraciones
discográficas que expulsan un poco de la lectura a los no iniciados semiimpacientes.
Es cierto que con esto la autora desea dar volumen a la obsesión de Nik pero al
recrearse en ello rompe con cierto estrépito su melodía –en realidad, como
haría el propio Nik-, alejándola como mínimo –aunque sólo por momentos- de
gustos más populares.
Hay en esta novela un fraseo y una naturalidad
que en ocasiones también me hizo pensar en Los descendientes, una de las
películas de más impactante delicadeza de los últimos años, quizá por ser –o
parecer ser- tan involuntariamente intensa como la vida misma. Como cierre, ahí
va un diálogo entre Ada y Nik:
“Ada: ¿Y a quién te diriges en esa canción?
¿Al mundo? ¿A ti mismo? ¿A tu hermana?
Nik: A mí solo me interesa que rime”.
1 comentarios:
Houllebecq siempre vuelve a los mismos temas pero el aura de vacío vital se encarna en 'El mapa y el territorio'como nunca, incluyendo su propio asesinato...
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