La Atlántida, Pierre Benoit, RBA, 236 pág.
“Tenía la sensación de que nos encaminábamos a algo inaudito, a una aventura monstruosa. No se es huésped del desierto durante meses, años, impunemente. Tarde o temprano, éste se apodera de nosotros, acaba con el buen oficial, el funcionario prudente, el sentido de la responsabilidad. ¿Qué hay detrás de esos peñascos misteriosos, de esas soledades opacas, que ha tenido en jaque a los más ilustres buscadores de misterios? Vamos, adelante, vamos”, dice el narrador de La Atlántida cuando concede que ya no se detendrá, que la aventura le arrastra hacia un lugar no por peligroso menos deseado. Porque de eso habla esta novela: de la incapacidad para resistir el llamado de la aventura aun sabiendo que, de forma casi inexorable, al final del recorrido aguarda tu final. La Atlántida cuenta la expedición del capitán Saint-Avit junto al oficial Morhange, que bajo la fachada de una misión geológica lo que persigue realmente es encontrar la inscripción griega que debería revelar el alcance que llegó a tener el cristianismo en África. En su viaje a través del desierto, los hombres descubren el legendario y recóndito reino de La Atlántida, gobernado por una soberana que llama a sus súbditos con nombres griegos. La sofisticación del lugar y el atractivo incontestable de la mujer, su poder para seducir pese a todas las reservas y precauciones de los “condenados” a enamorarse de ella, y los atributos de la propia Atlántida son tan estupendos que la historia logra levantarse por encima de clichés –o permite que los olvidemos- de manera que accedemos a ese mundo de ensueño con la misma naturalidad y sumisión que los viajeros. No hay nada que hacer. Por más advertido que vayas, La Atlántida te va a conquistar. Y es que el libro contiene tanto el hechizo como el pavor que definen al lugar. Será por eso que sus páginas continúan superando décadas, y si ya ganó el Gran Premio de la Académie Française en 1919, también ha sido llevada al cine nada menos que siete veces. Cuando abuelos y nietos comparten fascinaciones es porque, probablemente, hay un clásico de por medio. En el paisaje de la intriga y la aventura, un matiz diferencial de esta Atlántida es el vocabulario refinado y la erudición exquisita de unos personajes que contribuyen, con su estilo y sabiduría, a incrementar el exotismo mítico, a elevar la obra. Aparecen guepardos y mangostas que se escurren entre torres de alfombras cegadoramente blancas, y esclavos imponentes que vigilan a unos huéspedes más bien conscientes de que van a morir, en general de desamor, tras probar los más grandes placeres, eso sí. La historia puede sonar a dejà lu, pero Pierre Benoit la conduce con un magisterio tan delicado e insinuante, la nutre con tantas ideas e imágenes y sugerencias, plantea conflictos tan esenciales, que le da un rango perdurable, sobre todo porque nunca deja de ronronear la invitación, el desafío, la propuesta que impulsa al libro: si te rindes a tu instinto, tu verdad, intentarás alcanzar la plenitud alguna vez, aunque te cueste la vida. Por si no bastara para aplaudir a Benoit, en La Atlántida menudean las frases ingeniosas, diálogos perspicaces e incluso divertidos o iluminadores que hacen de esta obra un paradigma de la novela de aventuras con ese toque preciosista y erotizante tan del gusto francés (recuerdo, por ejemplo, a la Afrodita de Pierre Louÿs –aunque éste fuera de cuna belga-). Un buen rato garantizado, con emoción y una belleza que se anuncia desde la espléndida portada que ha elegido RBA para lanzar esta edición.
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