Leer
como al principio, cuando eras un chaval y pedías a las historias emoción,
intriga y aventura, acompañando el viaje incluso con ilustraciones... eso es lo
que me ha permitido recuperar Prisioneros de Zenda. Hacía mucho que ante
un libro no me sentía niño, disfrutando como entonces con historias... ¿cómo
decirlo? Limpias. Enfocadas al hueso de la acción, capaces de ser complejamente
sencillas manteniendo siempre el misterio, un misterio que trasciende cualquier
actualidad porque es esencial, pertenece a esos rincones hondos que son los que
nos mueven.
Tyto
Alba, mi amigo ilustrador, es un incondicional de libros como Prisioneros de
Zenda, porque en ellos los creadores –ilustrador y escritor- que colaboran
disponen de una libertad enorme a la vez que están obligados a entenderse en
cada página. En Prisioneros, el ilustrador Javier Olivares se expresa
desatado, con espacio por delante y ese trazo silvestre y ese lirismo en el
trazo que lleva la narración a un lugar aún más íntimo. Como además Fernando
Marías ha logrado unas historias de poderoso contenido moral, el resultado es
una obra inusualmente refinada con el peso de la buena literatura y el golpeo
de unas imágenes a menudo perturbadoras por lo expresivas, siempre acertadas.
Precisas.
Un
pirata feroz sirve a Marías para demostrar lo relativo de los arquetipos, sobre
todo cuando Perrosangre topa con una bella justiciera que soporta una dañina
carga de horror. La venganza y la redención impulsan a cambiar la óptica y la
valoración de los actores de un modo sugerente.
El
ángel de las noches muertas habla de la peregrinación de un no-muerto con un desarrollo que
podría ser adaptado a cualquiera de esas teleseries que están pegando fuerte,
aportando un nuevo perfil al catálogo de zombies y vampiros que se han
enseñoreado de todo.
Mientras
que el El preso de la cárcel del olvido es una de esas historias que
hacen pensar en guiones y novelas de Guillermo Arriaga, por ejemplo, porque
evidencia de manera punzante cómo un detalle, un arrebato, puede truncar el
mejor plan y arrasar el futuro de alguien que en realidad siempre aspiró a la
bondad, el amor.
Que el
libro termine proponiendo una historia con monstruo me ha seducido aún más. En
este caso, la bestia se llama Xekt. Y van a ir a buscarla, con pistolas. Y el
protagonista quedará solo y aislado y herido en la montaña. Y de su espanto y
tribulaciones extraerá una conclusión iluminadora, de ésas que compartes
medularmente y que te llevan a cerrar el libro sonriendo con una eufórica empatía
que se parece mucho a la ilusión con la que cerraste aquellos otros libros que
leíste de pequeño y, de algún modo, te han llevado a ser quien eres.
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