Hace
pocas semanas terminé de escribir un libro que sin duda cierra una etapa de mi
vida, la de la primera (gran) cáscara. Es una certidumbre incontestable, una
sensación que por cierto expresa muy bien Michel Houellebecq en El mapa y el
territorio sirviéndose de Jed Martin, un creador que, sobre todo en dos
momentos de su vida, tiene la absoluta seguridad de que ha agotado una forma de
mirar el mundo y necesita reenfocarse.
Una
serie de azares –literales, porque ni la voluntad ni el consejo de nadie intervinieron-,
me ha llevado últimamente a leer varios libros protagonizados por fotógrafos,
pintores y escritores donde se reflexiona sobre cómo condujeron estos artistas
sus vidas haciendo hincapié, claro, en los decisivos momentos de cambio.
Después
de asomarme al relato que el escritor Paul Theroux hace de la sustanciosa
amistad que mantuvo con V.S. Naipaul, retomé al propio Naipaul, a quien por alguna circunstancia había empezado a
leer dos veces pero siempre había abandonado. La lectura de ensayos y novelas
de Naipaul, además de confirmar su majestuosidad literaria, me han
proporcionado unos párrafos concretos que de algún modo aportan tranquilidad
ante las incertidumbres futuras, y esa tranquilidad se debe a que Naipaul me ha
procurado el confort de la compañía.
Esas
líneas están escritas al final de una de sus novelas a modo de conclusión. En
ellas, refleja con maestra exactitud la intuición que me acompañó mientras
escribía el libro que he terminado:
“Ya no
me preocupa, como me preocupaba cuando empecé este libro, encontrarme a los
cuarenta años, al final de mi vida activa. Ya ni siquiera pienso que eso sea
cierto. Ya no anhelo paisajes ideales ni deseo conocer al dios de la ciudad. No
lo considero una pérdida. En su lugar, tengo la sensación de que he sobrevivido
a las ataduras y me he liberado de un ciclo de acontecimientos (...)
Mi vida
nunca ha estado más físicamente limitada que durante estos tres últimos años.
Sin embargo, tengo la sensación de que durante este tiempo he despejado la
cubierta, por decirlo así, y me he preparado para reanudar la lucha. Será la
lucha de un hombre libre. En qué consistirá esa lucha no puedo decirlo (...)
Sin
embargo, queda un resto de temor a la lucha. No deseo verme metido de nuevo en
el ciclo del que me he liberado”.
Las
alusiones a la edad de cuarenta años y a las restricciones vividas en los
últimos tres se ajustan tanto a mi biografía que, al leerlas, me recorrió un
escalofrío. Por el reconocimiento de mi propia historia en aquellas palabras,
sí, pero también por cuánto se parecen en realidad nuestras vidas a otras,
aunque hayan sido imaginadas. Y porque a los cuarenta años la literatura
continúa aportando enormes alegrías y consuelos, demostrando que es una fuente
tan inagotable como puedas serlo tú.
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