> El mar interior | Gabi Martínez

El mar interior



El mar interior; Philip Hoare; Ático de los libros; 318 pág.

Venía Philip Hoare de lograr un éxito internacional titulado Leviatán donde enfocaba a las ballenas para analizarlas desde casi cualquier perspectiva. En aquel volumen, Hoare iba distinguiendo especies como quien no quiere la cosa, intercalando una leyenda aquí, una anécdota personal allá, las toneladas de pescado capaces de ingerir el cachalote o el rorcual, episodios de Moby Dick... y su hábil desarrollo acababa configurando una obra amena y didáctica que alternaba análisis de manual zoológico con instantes de poesía.
Idéntico modelo ha seguido para El mar interior, si bien su objeto de estudio, los océanos y los mares, se dejan abrazar menos que los gigantes mamíferos de modo que el resultado es más etéreo, menos impactante, aunque se lee con la misma agradable desenvoltura. Ofrecer una idea del mar -así, a lo basto- implica, en el mejor de los casos, hipotecarse al lirismo. De todas formas, Hoare ha aplicado su anterior método de alternancia (análisis naturalista -historia recopilada- vivencia personal) para ofrecer un popurrí muy llevadero en el que se fija con particular mimo en la fauna más excéntrica o poseedora de peculiaridades singularmente memorables. Todo esto impulsado por una voz narrativa sosegada que coquetea con el aire zen que Peter Mathiessen elevó a las cumbres más altas en El leopardo de las nieves. El resultado es un libro pausadamente informativo aderezado con estampas entrañables y que posee el poder de contagiar al menos una pizca de la devoción del autor por la naturaleza.
La voluntad de compartir su amor ha conducido a Hoare hasta la literatura convirtiéndose en escritor de esta especie de aclamadas guías naturales mucho más eclécticas y entretenidas de lo habitual. El de Southampton pone su erudición y sus archivos al servicio de paseos o expediciones que, sin necesidad de complejidades ni extraordinarias aventuras, revelan maravillas aproximando a detalles o relatos que transforman un paisaje o un animal de aspecto rutinario en un atractivo tesoro.
Un mérito de Hoare es su capacidad para radiografiar a los objetos de estudio, aportando desde el peso de los huesos a minúsculos detalles fisiológicos o de comportamiento que permiten acceder a una veta más esencial de los ejemplares, destapando intimidades inesperadas. Otra virtud radica en lograr que este minimalismo propio de un documentalista estilizado o de un notario con cierta lírica tome de repente vuelo convirtiendo durante unos párrafos al autor en poeta. Semejante gracia es la que eleva la obra de Hoare por encima de la media de comentaristas sobre naturaleza, al aportar un relato más conmovedor y literario sin, por supuesto, abandonar la militancia ecologista, alineándose con los defensores de todos esos espacios naturales que padecen la agresión constante de los hombres, desde la sobrepesca a las extinciones masivas, aparte de los incontables agravios silenciados a la mayoría.
Pese al título, en El mar interior no se hace mucho caso a los animales marinos. Hoare atiende a la pardela, al ostrero, al cuervo, incluso al tilacino de Tasmania y otros animales de tierra o aire que de algún modo padecieron las consecuencias de los hombres y bestias que llegaron a sus territorios por mar, pero cuando apunta al océano, quienes de verdad continúan robando las líneas del británico son los cetáceos. Parece que haya ideado el libro para prolongar su romance ballenero porque, si bien en esta ocasión los delfines cobran más protagonismo, son de nuevo las ballenas las bestias imperiales que copan sus páginas, algunas recicladas de Leviatán. En compensación, el narrador ofrece preciosas imágenes de él mismo nadando con manadas de delfines e incluso con ballenas, causando no solo admiración sino una profunda envidia por todo aquello que a menudo dejamos de hacer por mero desconocimiento o miedo infundado.
La lectura, conste, se ve entorpecida en ocasiones por una corrección insuficiente aunque la armónica traducción permite arrinconar la molestia.

Por último, un ejercicio para remover, enfurecer, movilizar: leer alguno de los libros de Hoare y aprovechar un descanso para visionar el documental The Cove sobre la matanza de delfines en Japón. La rabia, impotencia y afán justiciero acaudalados podrían impulsar a algún lector a tomar la iniciativa. A saber cuál, alguna.

                                                             


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