Cuando alguien dura tanto como Tom
Wolfe, es posible que algunos respetuosos se cansen de serlo y en
vistas de que el viejo no palma, se animen a enterrarlo en vida, como
ha ocurrido tras la publicación de Bloody Miami. Que si ya no
es lo que era, que si se repite, que si blablablá.
Es cierto que a sus 82 años, Wolfe ha
vuelto a los enfrentamientos raciales y de clase, la madre de tantas
de sus historias. Es un obseso de la estratificación social, así
que ve en el racismo y el clasismo el origen, o el modelo, de casi
todas las cosas. El campo es tan vasto que para qué moverse de ahí.
Fiel o terco o pesado, pero insistiendo en la misma base, el de
Virginia se fue a Miami a radiografiar sobre el terreno las claves de
la ciudad, y al hacer su magia para convertir la investigación en
novela, de ese gorro con el que se toca le salió un policía cubano
emparedado entre dos de las comunidades cruciales.
Limitarse a cumplir estupendamente con
su oficio abocará a Néstor Camacho a un infierno, y el cuerpo de
policía contribuirá a que queme mejor. A través del drama de
Néstor afloran los juegos de poder en aquella ciudad, la única de
América y quizá del mundo en la que una población emigrante se ha
hecho dueña del territorio en una sola generación. Su historia
sirve para mostrar los hilos de toda la sociedad, desde el barrio
herméticamente cubano del protagonista a los apartamentos de
ultralujo costeados por multimillonarios rusos que han hallado en el
mercado del arte un modo de apuntalar su fortuna.
Para desarrollar la novela, Wolfe se
apoya en tres pilares que perforan Miami desde distintos ángulos.
Néstor, poli de portentosa musculatura, 22 años, que se verá
proyectado a una fama indeseable; su novia Magdalena, que tras
abandonarle accederá a las fiestas de la élite anglosajona; John
Smith, periodista joven y culto capaz de hurgar donde otros no (la
juventud) alterando incluso los callados pactos de no agresión que
existen entre el propietario del Miami Herald para el que trabaja y
los potentados de la ciudad.
Cubanos, afroamericanos -o sea negros,
como el propio Jefe negro de policía observa-, blancos anglosajones
y haitianos van a verse unidos en una intriga apasionante tanto por
el argumento como por la maestría narrativa que el viejo Wolfe
conserva.
Hay un lastre intermitente, eso sí.
Para Wolfe debe ser algo así como marca de la casa, o quizá desee
homenajearse a sí mismo, pero a estas alturas ese esfuerzo -porque a
menudo se le ve esforzado- por incrustar onomatopeyas y rimbombancias
gráficas que añadan vistosidad a la página queda un poco
desfasado. Hoy, ese recurso se antoja innecesario, aún más cuando
la historia es tan buena que las alharacas más bien despistan, el
artificio aparece como lo que es, y sobra hasta el punto de que Wolfe
pasa varios tramos sin recurrir a ellos, como si él mismo se hubiera
agotado del ruido que hace.
Se diría que el empleo de la técnica
queda varias veces como fuera de lugar, más o menos como si un señor
octogenario tratara de estar en la onda calzando snakes tricolores
mientras masca chicle y conduce un triciclo con una gorra de rapero.
Es decir, el mismo recurso que le hizo ser vanguardia, da hoy a Wolfe
un toque de antigüedad.
Pero es lo único, porque todo lo
demás... he mirado varias veces la solapa del libro para releer su
fecha de nacimiento y mirar su fotografía tratando de reconfirmar
que este hombre tiene 82 años. Y es que Bloody Miami posee
una audacia, potencia y vitalidad, un vocabulario, unas descripciones
de la devoción sexual y el pensamiento voraz... De hecho, el
arranque es desbocado, a la antigua usanza del propio Wolfe, y solo
después de un buen rato frena al jovencito que le cabalga dentro
para neutralizar ese efectismo onomatopéyico y exhortativo para
dejar que la narración fluya menos estrepitosa por los meandros de
su magnífica construcción.
La expresividad de unos diálogos que
resumen la psicología de las distintas comunidades; el baile de
acentos, tonos, jerga, como claves para el encasillamiento y la
seducción; las primorosas descripciones que transmiten la atmósfera
perfecta de un lugar y los sentimientos que ésta provoca en los
personajes; o los continuos y contradictorios conflictos morales de
los protagonistas enganchan enganchan enganchan a la novela (como
diría él), con ese adolescente haitiano que quiere “ser” como
los negros afroamericanos decepcionando profundamente a su padre; o
el Jefe de policía negro que debe revolverse contra su comunidad por
una cuestión de honor cuando a nadie le importa eso; o el doctor en
pornografía atrapado en lo mismo que cura; y las redes de
dependencia económica y de prestigio que se tejen en Miami... Wolfe
presenta, vuelve a presentar, en fin, el gran y corrupto espectáculo
de una ciudad.
Incide tanto en la idea de la
corrupción y la decadencia imperantes que en algún momento se le va
la mano. Su facilidad para la astracanada realista -aunque parezca
que no, es realista- y a exprimir la paranoia de sus personajes hasta
límites casi rusos, hace que ofrezca escenas sobrecargadas que
pueden saturar. En cualquier caso, el arte, el periodismo, la
política, la ley... todos reciben lo suyo, y a mansalva, y si sobra
algo se le perdona.
Después de semejante despliegue, el
final se antoja un poco abrupto si bien no deja de resultar una
anécdota en esta obra que supera las 600 páginas. Como Cormac
McCarthy, Philip Roth, o Peter Mathiessen, Tom Wolfe viene a
demostrar qué magníficos, ágiles y brillantes podemos ser incluso
más allá de los 80.
1 comentarios:
Para los que amamos la literatura es interesante obtener referencias de distintos autores y de distintos libros. Sobre todo leo cuando viajo y estoy de vacaciones, para ello al conseguir promociones con Lan Argentina busco libros para llevarme en el vuelo
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